El Día

VI

Llegué al trabajo como acostumbraba; durante la mañana advertí que cada vez que mi superior me llamaba su voz era semejante a que escupiera piedras con cada palabra y su mirar era de puro enojo. En la tarde tres horas antes de acabar la jornada, mi jefe me había solicitado la elaboración de dos contratos junto a dos copias de cada uno, también me pidió después de realizarlos y entregárselos ya sellados revisados y aprobados por presidencia, llamara a los clientes para acordar una cena de negocios.

Cuando tuve listos los contratos entré a dejárselos, se los puse en el escritorio, pero cuando estaba a punto de salir, él habló.

— ¿Ya hizo la llamada y concretó la cena? —preguntó sin volver a verme.

— No, voy a eso, señor.

— ¿Qué? —levantando un poco la voz.

— Sí, usted dijo que lo hiciera después de entregarle los contratos.

— Yo no dije eso.

— Como usted diga —referí para no seguir contradiciéndole— ya voy a hacerla —antes de salir me detuvo.

— ¿Qué estás insinuando? —dijo con voz sumamente irritada, mientras se empanturraba en el asiento para verme directamente—. ¿Qué soy yo un mentiroso? —con la voz más alzada.

— No.

— Más te vale… Estúpida incompetente —vociferó— muévete, no te quedes ahí a que se haga de noche.

Lo dijo tan alto que cuando salí de la oficina todos se me quedaron viendo. Nunca en mi vida me habían gritado de aquella manera; sentí que el corazón se me disparó junto con los nervios, sentí que estaba al borde de las lágrimas, pero conseguí reprimirlas. Concreté la cena. Me puse de pie me dirigí hacia Griselda.

— ¿Qué pasó? —preguntó esta.

— ¿Escuchaste?

— Sí.

— Entonces eso pasó, lo que oíste.

— Que viejo más estúpido, cómo te gritó, es…

— Sí —la interrumpí— necesito que me hagas un favor de que, sí sale ese viejo, le digas que la cena es a las ocho en punto en el ZOL.

— Bueno… pero ¿por qué…

— Otro día.

Tomé mis cosas con rapidez, bajé con agilidad las escaleras, al hacerlo observé como Gabriela me miraba con una sonrisa de satisfacción, supuse que Martha la auxiliar contable le había contado; como estaba de mal humor por lo ocurrido le hice mala cara, me dirigí hacia la oficina de recursos humanos, le pregunté a Carlota si su jefe se encontraba en la oficina, la cual respondió que sí, me anunció y me dijo que pasase. Iba a renunciar, el grito había sido la gota que derramó el vaso, de por sí ya estaba decidiéndome si lo hacía a finales del año, con lo ocurrido no soportaba estar más ahí. Entré a la oficina saludando con sequedad, contestándome igual el interlocutor, sin volver a verme habló.

— ¿Qué deseaba?

Ya llevaba la carta hecha y firmada así que fue fácil.

— A dejarle esto —respondí pasándole la hoja.

Él la tomó, yo pensé que no la iba a leer enseguida, así que dispuse a retirarme rápidamente, pero me equivoqué, antes de hacer el intento, él la revisó y me volvió a ver como el solía hacerlo, como si en realidad no miraba nada, solo el vacío.

— ¿Y esto? ¿Por qué se va?

— Porque algo que conozco son mis derechos y ya me cansé de que los pisoteen.

Al decirlo percibí su mirada, en un instante dejó de estar puesta en el vacío y se posó en la mía, era una mirada que transmitía seriedad, control de la persona de cuál es, una mirada que transmitía la personalidad de quien la poseía. Con sinceridad en ese momento me puse nerviosa, pero no de la forma que me puse con mi jefe cuando me gritó, sino diferente, no sabría cómo explicarlo.

— Siéntese —yo obedecí— dígame ¿qué pasó?

Yo no supe que contestarle, solo me quedé observándole ya que de nada me serviría poner queja, el viejo era alguien importante, no lo sacarían. Y para contarle por contarle, de ninguna manera, no le conocía, no era mi amigo, ¿para qué hacerlo?

— ¿Problemas con su jefe? —continuó, yo solo bajé la vista— me lo suponía —levanté la mirada viéndole directamente— le entiendo. A él le gusta coquetear con las mujeres, por así decirlo, y por su puesto en la empresa, le resulta. No le debe de haber gustado nada encontrar a alguien que lo rechazara; lo que lo debe haber puesto con un terrible genio.

Suspiré, mientras cavilaba en lo rápido de su comentario, además me resultaba raro lo tranquilas que sonaban sus palabras, su expresión suavizada, me parecía extraño todo aquello. Por la impresión que aquel hombre transmitía en otras ocasiones con los subordinados a excepción con el presidente y el financiero que parecían viejos amigos, con los demás daba la impresión de ser un sujeto frío, con un carácter de piedra. Pero en aquel instante cuan distinto parecía.

— Bien. Ya tengo que irme.

— Ok. Aceptamos su renuncia… supongo que no querrá terminar quincena —señaló él.

— No.

— Bien… venga al terminar esta (refiriéndose a la quincena) y se le pagará según las cláusulas y políticas de la empresa, tomando en cuenta la ley.



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En el texto hay: felicidad, libro, amor y llanto

Editado: 15.10.2021

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