El Día

XVII

Su cara estaba tan cerca que percibía su respiración, pero en eso unas risas de unos niños me hizo salir de aquella especie de hipnosis en la que había caído, me hice hacia atrás y él también, me sentí avergonzada ¿qué me había pasado?

— Karina —soltó él con la voz ronca en tanto me miraba con sus profundos ojos casi totalmente negros.

Tenía miedo por lo que había pasado, así que intenté levantarme de la banca para salir corriendo, pero Mairena me retuvo por la mano.

— Por favor —le dije— esto… esto está yendo muy rápido y no sé…

— ¿Qué? Aun no quieres aceptar que te pasa lo mismo que yo —soltó.

— Déjame ir —pedí.

— Necesito hablar.

— Hoy no —dije asustada, por lo que acababa de pasar.

— Tranquilízate, ya eres adulta.

— Pero no estoy acostumbrada a esto, por favor déjame ir.

Él me escrutó con su mirada, sentí que su agarre se suavizaba.

— Está bien, pero necesito que retomemos esto, promete que hablaremos luego.

— Óyeme, nadie me obliga a nada.

— No te estoy obligando, estoy pidiendo una promesa, te lo dije me gustas y quiero insistir en esto —dijo muy serio.

Me impresionaba su dominio para hablar, ya había visto a varios hombres intentando declararse con mis amigas, pero todos se ponían nerviosos y se les notaba el miedo e inseguridad, además que redundaban en el asunto; sin embargo, él era diferente.

— Ok.

— ¿Cuándo?

— La otra semana.

— Está bien, el jueves llego por ti.

Solo asentí y me alejé, mi corazón palpitaba como un loco, tomé un taxi para que me llevara hasta mi casa. Cuando llegué arrastré a mamá hasta mi cuarto que hablaba con mi padre.

— Hey, pero ¿qué te pasa? —preguntó papá.

— Necesito hablar con ella.

— Dilo aquí yo también quiero saber.

— No por el momento. Solo es un consejo.

Mi madre me siguió, le echamos seguro a la puerta, nos hicimos de un extremo de la cama una junto a la otra.

— ¿Qué pasó? —me preguntó mamá.

— Hoy casi me beso con Mairena

— ¿El tipo de la otra vez?

— Sí.

— Se nota que hay algo, ya te lo dije… pero ¿no es muy rápido?

— ¡Ay, mamá! Dije casi.

— ¿Pero te gusta?

— No lo sé… pero hoy se me declaró.

Mi madre se quedó boquiabierta, luego sonrió tomándome una mano.

— Estás muy helada —dijo— tranquila, no es pecado enamorarse de alguien, para este caso escucha tu corazón y acláralo con tu cerebro, es decir, que siente con tu corazón, escúchalo él te dirá sí te estas enamorando y lo del cerebro analiza a esa persona para que veas que no te hará mal. El amor no puede enceguecer sí uno está claro.

— Pero mamá.

— Tampoco es correcto que te engañes.

— Está bien admito que me llama la atención, pero no sé si es que me estoy enamorando de él.

— Solo escúchalo —dijo levantándose y poniendo un dedo en mí pecho, luego salió de la habitación.

Ն•

Me tendí en la cama cerrando los ojos en eso la imagen del rostro de Misael apareció ante mí, sentí que me sonrojaba y mi palpitar se aceleraba, luego entendí que deseaba ese beso, pero también que me asustaba. Abrí los ojos y sonreí, eso me indicó que sí me gustaba —bien, Karina, ya pensaste con el corazón, ahora es turno del cerebro— me dije.

Repasé todo, en definitiva, él tenía un tanto de engreimiento, pero tenía muchas virtudes, era serio, respetuoso, aunque un pésimo bromista, trabajador, sentido lógico —no está mal, solo es irse con cautela y analizarle mejor. Como él dijo: con el tiempo.

Me sentí feliz al poner mis pensamientos en orden. Luego recordé que tenía tarea por lo que me fui a tomar mi mochila y ponerme manos a la obra.

Mi madre fue tan amable de llevarme el almuerzo a mi cuarto, sabía que no iba porque prefería ahorrarme el interrogatorio de mi padre.

Ն•

Estaba en clase mientras observaba como Camila de cuando en cuando revisaba su celular y sonreía, ya el tipejo se le había desaparecido de su mente, eso en parte era bueno, Ximena pasó enfrente de la puerta dando un guiño, como era el último año, ya no compartíamos clases juntas, pero en la defensa seriamos inseparables, puesto que ahí los grupos se conforman de diversas carreras.

Cuando la clase acabó y nos dieron el receso de los diez minutos para el cambio de clases me acerqué a mi amiga. La tomé del brazo, ella agarró su bolso y me siguió, en el pacillo ya estaba Ximena.

— ¿Nos vas a contar? —preguntó Sánchez.

Camila se sonrojó, para luego sonreír, nos sentamos en unas sillas cerca de los ventanales.




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