El Día

XX

Era sábado por la tarde, me encontraba viendo las rosas en el jardín de mi casa, tenía puesto con el celular música en bajo volumen en tanto tarareaba la canción, cuando de pronto sentí que alguien me giró plantándome un beso en la boca, era Misael que había llegado, cuando nos alejamos le sonreí.

— ¿Cómo vas? —le pregunté.

— Bien.

— Me alegro mucho.

— ¿Y tú? —dándome un leve beso en los labios.

— También bien —le sonreí.

— Vengo a decirte algo muy importante —poniéndose serio.

— Dime.

— Yo pienso que ya es tiempo que definamos nuestra fecha de boda. Con el presupuesto ya tengo todo cubierto, así que es momento.

— ¿Pero cariño, no crees que es mejor tener todo listo para eso? —le pregunté, sin embargo, su gesto se puso aún más serio, como si le hubiese disgustado— eso pienso.

— No, no, no —inquirió para luego acercarse, me miró con la mirada de hielo que acostumbra a utilizar con los demás, esa actitud me asustó un poco, pero luego de repararme un rato se soltó a reír abrazándome— no señorita eso no puede seguir posponiéndose. No ve que yo no hallo la hora que usted se vuelva mi esposa.

— ¿No puede esperarse un poco más señor?

— No —soltó haciendo un puchero y cruzándose de brazos— mejor dígame que no me quiere para esposo.

— Claro que quiero que sea mi esposo.

— ¿Entonces cuando nos casamos?

— Mmmm… que tal el 31 de febrero…

— Eso sería intere…. ¡Qué mala que eres!

No pude evitarlo y estallé en risas, luego me acerqué a él dándole un beso, después le abrasé recostándome en su pecho como una chiquilla.

— Que tal el 30 de enero. Hacen falta cuatro meses y medio.

— Está muy largo, pero si te gusta la fecha.

— Es que, así Lisa habrá salido del embarazo y de la cuarentena, quiero que esté en mi boda.

— Como usted quiera. Lo que digas está bien.

Ն•

Estábamos en las primeras semanas de diciembre, era domingo, estaba en la casa de Lisa platicando muy alegremente. Le ayudé a preparar la comida, su estómago estaba sumamente hinchado como si quisiera explotársele en cualquier momento, a la pobre le costaba mucho moverse.

— Hay amiga que delicioso huele lo que estás preparando.

— Claro, manos de chef innato —nos pusimos a reír.

— ¿Falta mucho?

— Unos cinco minutos.

Empecé a acomodar el comedor donde comeríamos, en eso entra Guillermo con unas bolsas llenas de frutas y postres; Lisa no más lo ve y como chiquilla empieza a pedirle de lo que trae, él con una sonrisa le pasa lo que le pide un pote de helado napolitano, le pasa una cucharita y ella empieza a devorarlo.

El almuerzo está listo por lo que proceso a servirlo, acomodé todo como estoy acostumbrada.

— Ya está listo el almuerzo.

Con ayuda de su esposo, Lisa llega hasta la silla, se sienta y con desespero se mete la cuchara llena de comida, hace una cara de satisfacción lo que me hace sonreír.

— Esto está riquísimo, amiga.

— Gracias.

— Sí, está muy bueno —suelta Guillermo tras probarlo.

La verdad me sentía un poco incómoda hablarle con familiaridad a Martínez, después de todo lo pasado de sus insistencias, no sé, no es que sintiera algo por él, “no”, pero era raro. Sin embargo, traté de que eso cambiara —y puedo decir que lo logré— cosa que me alegro porque era un poco absurdo.

Terminamos la comida, nos fuimos al jardín detrás de la casa, armamos buena plática, nos reíamos, todo trascurría bien cuando de la nada escuchamos un grito agudo por parte de Lisa. Cuando la vimos estaba con la frente bañada en sudor y con la silla plástica chorreando un líquido amarillento con un olor un poco característico, sin embargo, su rostro revelaba muecas de dolor.

Guillermo corrió hasta ella, se notaba muy asustado, yo me quedé en shop, pero traté de que mis neuronas reaccionaran, de mi bolso saqué mi móvil, pedí una ambulancia urgente.

— ¿Estás bien cariño? —le preguntó Guillermo a su esposa el cual le pasaba un pañuelo en la frente secándole el sudor.

— Sí, es solo el bebé que quiere venir al mundo —soltó con la voz trémula mi amiga.

— ¿Qué hacemos? —me preguntó Martínez con cara de susto.

— Primero trata de tranquilizarte, no pongas nerviosa a tu esposa. Ya llamé una ambulancia viene en camino, ve y busca todo lo necesario.

Se levanta corriendo en dirección de la puerta, sin embargo, se detuvo en seco en el umbral.

— ¿Qué debo llevar?

— Que no se te nuble la mente, sus identificaciones, su carné, la pañalera con ropa para ella, para el bebé, leche, pachas, que sé yo, piensa que eres mayor.



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En el texto hay: felicidad, libro, amor y llanto

Editado: 15.10.2021

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