El Día

II

Llegué al mundo un 10 de enero de 1987. No hablaré de mi infancia, ya que de esas épocas no se tiene conciencia concreta; porque simplemente en esa etapa no existen las responsabilidades, solo la diversión, el descubrir en cada cosa aventuras fantasiosas e irreales. Vayámonos a unos años más para acá, al 2002 cuando cumplí 15 años que es cuando se tiene más conciencia, porque a como dicen las personas, uno deja la adolescencia. Para esas fechas cursaba el tercer año de secundaria; pero aun inconsciente de los problemas de la vida, pero sufriendo del mal de no dar importancia alguna a cada día. Era una estudiante regular, nunca suspendí una clase, pero tampoco me consideraba una excelente alumna. Mis padres personas pobres, pero como la mayoría luchadores a subsistir. No tenía hermanos y como hija única tenía la ventaja de que todo lo poco que se podía obtener era para mí.

Cada día que despertaba era seguir una serie de actividades que se realizaban a diario sin interrupciones. Nada más abrir los ojos dar gracias más por costumbre que por otra cosa, lavarse dientes y cara, ayudar a preparar el desayuno, bañarse alistarse para ir a clases, desayunar, irse para la escuela, cumplir con las horas de estudio, regresar a casa, almorzar, hacer las tareas del colegio, ver algo de tv, hacer la cena, cenar, más tv, platicar, dormir. Era algo que hacía sin interrupción.

Los fines de semana había pocas variaciones. Un fin de semana después de pago ir de compras y un domingo al mes visitar a una de mis abuelas. Quizás lo que digo es algo aburrido y soso, pero es para describirle la rutina de mi vida.

Todos los días me sabían semejantes. Ciertos momentos suspiraba diciéndome: “qué aburrido”. Porque ni siquiera los días festivos me alegraban; todos los años para esas fechas era lo mismo. Nunca esperaba algo diferente, siempre sabía lo que sucedería, o al menos eso era lo que yo creía.

Cuando estaba en el colegio y llegaba la hora del recreo y conversaba con mis amigas, en cierta forma las envidiaba porque, aunque no fuese seguido de vez en cuando contaban algo nuevo, diferente, poco usual; que en ocasiones sorprendía, mientras en otras nos desternillábamos de la risa. De todas maneras, me alegraba que no vivieran tan común y aburridamente que yo, las escuchaba esperar un día con ansias para pasar una emocionante aventura. Mientras yo esperaba lo mismo.

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Así transcurrieron un par de años y me encontraba cursando el último año de secundaria. Pero ni siquiera esperando el bachillerato me emocionaba —era algo previsto— pensaba. Recuerdo que para en mayo llegó un grupo de universidades ofertando sus servicios; todos los alumnos de quinto año emocionados escuchaban la propuesta de cada institución donde probablemente entrarían. Aunque no el 100% de los estudiantes ingresarían a la universidad; porque en muchos existía la interrogante de un futuro posible de estudio, claras decisiones o de tener la posibilidad de acceder. Todos hablaban sin parar, haciendo comentarios eufóricos y planes. Mientras yo permanecía sentada en un rincón observando el bullicio, con la mente en blanco. Esto no era porque no tuviera planes, sino que ya estaba desde algún tiempo decidida qué carrera estudiar y a qué universidades posiblemente entraría. Casi siempre me ocurría lo previsto, así que nunca me alborotaba, sino que solo esperaba que el tiempo transcurriera y sucediera lo esperado.

A lo que jamás le presté atención fue a ése “casi”. Todo me parecía rutina lo mismo, lo mismo, pero ¿qué pasó con ese casi? Lo ignoraba por completo y lo seguiría ignorando por mucho tiempo. Me tocaría pasar por muchas cosas para notarlo, para descubrir el hermoso valor de la vida, lo valioso que es un día y que los días no son iguales a otros.

Ն•

Recuerdo que ese día cuando ya estábamos esperando únicamente el timbre, se acercó Sonia una de mis amigas.

— ¿En qué piensas? —preguntó sentándose a mi lado.

— En nada —respondí.

— ¿Qué? —sorprendida— Pensé que estabas decidiendo tu carrera y la universidad a la que querías ir.

— Eso ya lo tengo decidido. No hay porque hacerlo hasta este momento, tú ya lo sabes.

— Bueno, sí. Pero ver esas propuestas te confunden un poco.

— A mí no.

— Ya veo.

En eso tronó el timbre, saliendo como de costumbre como estampida estudiantil. Mis amigas y yo esperábamos a que salieran la mayoría, para ahorrarnos los empujones y pisotones. Llegamos a la parada de autobuses y como siempre según como arribasen las rutas (autobuses) que abordaría cada quien así nos despedíamos. Cuando descendí del transporte me sentía triste, observé a mí alrededor, crucé la calle emprendiendo el último tramo del recorrido que me llevaría a casa, caminaba un kilómetro. Mis ojos se perdieron en el vacío, mientras mi mente vagaba como si estuviese perdida; para ese entonces constantemente me mantenía de ese modo como si no tuviera objetivos o propósitos en la vida. Al llegar a casa me detuve en el umbral de la puerta, recorrí con la vista toda la estancia, mi madre salió a recibirme.

— ¡Ya estás aquí! ¿Cómo te fue? —preguntó sonriendo.

— Bien porque ya llegué —era lo que siempre contestaba.

Me senté a almorzar, al terminar, suspiré de tristeza sintiendo un poco de lástima por mí, diciendo para mis adentros —pobre de mí, siempre lo mismo—. Este pensar me duró hasta el siguiente año; porque era allí donde empezaría a descubrir que nunca pasa lo que uno espera, especialmente cuando uno alcanza cierta madurez. Antes de culminar quinto año tenía muchas cosas previstas, las cuales pensaba que llegarían a ser, tal como estaba acostumbrada a que acontecieran. Lo que no sabía era que la escuela y las costumbres de mi familia no era igual que el desenvolvimiento en la vida real.



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En el texto hay: felicidad, libro, amor y llanto

Editado: 15.10.2021

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