El Día

El Día

- Buenos días Señorita Álvarez- Dijo Ramiro al asomarse por la puerta entreabierta del despacho de Recursos Humanos.

- Ya le dije que no me llame Señorita, Gonzales, saque esa sonrisa de su cara y vaya a seguir con su trabajo, acá nadie lo llamó. - le respondió tajante Lucía mientras se acomodaba tras el escritorio.

- Al final los pibes tienen razón- comentó Ramiro apoyándose en el umbral de la puerta y mirando a Lucía en su escritorio ordenado meticulosamente. - usted es una ortiva, aunque linda, eh, no lo niego… -dijo negando con la cabeza.

- No debería inquietarse por lo que dicen los empleados de mí Gonzales, vaya a seguir manejando camiones y déjeme tranquila, tengo mucho que hacer. - miró hacia su derecha y encendió su computadora mientras se alisaba la camisa blanca y alineaba la taza de café al costado de su agenda.

- Ah, por eso no se va a tener que preocupar más Señorita Álvarez, hoy es mi último día, me acaban de avisar que mañana dejo el puesto.

- ¿Y qué hace sonriendo Gonzales? Debería estar preocupado, como mínimo angustiado, acaba de perder su empleo, ¿de que va a vivir a partir de ahora…? ¿Y su familia? -Lucia lo miró extrañada a veces no entendía a esa gente.

- Usted no entiende nada Señorita, los días soleados los hacemos nosotros, no voy a dejar que me caguen el día unos cerdos como éstos, estas cosas tienen solución. Bueno, un gusto conocerla, ¡que tenga un lindo día, eh! -se despidió Ramiro levantando la mano con ademán amable y sonriendo cerró la puerta.

<< ¡Qué básicas son estas personas!>> pensó Lucía cuando por fin quedó sola con sus tareas del día.

Mientras tanto, en planta baja, Fernando y Gustavo estaban reponiendo mercadería en la sección de conservas, era temprano, el momento se prestaba para la charla.

- ¿Montaña o mar? - preguntó Gustavo sentado sobre una caja vacía.

- Montaña- Respondió Fernando rápidamente mientras les ponía el precio a unos frascos- ¿reencarnación o la nada?

- ¿El cielo no puede ser opción? A veces me olvido que no me gusta jugar esto con vos, reencarnación. – dijo y puso los ojos en blanco.

- ¿Boliche o bar? - siguió Gustavo

- Bar, toda la vida. ¿Izquierda o Derecha? - le siguió Fernando

- Ninguno, son los dos una mierda. - Al ver que Fernando lo miraba mal desde su labor se apresuró a seguir- Izquierda, si tengo que elegir, es una bosta jugar esto con vos – protestó- con el Gordo Fran es más divertido.  ¿Rubias o morochas?

- Morochas… - se paró en seco y miró hacia el final de la góndola- aunque cuando se trata de la Rubita no hay dudas, rubias…- dijo en voz alta y levantó una ceja mirando cómo se acercaba Lucía por el pasillo.

La estricta e impoluta secretaria de Recursos Humanos llegó a ellos con sus stilettos rojos, pollera de tubo gris y camisa blanca sin una arruga. Escudriñó por debajo de sus nuevos lentes de marco negro a los empleados.

- ¿Para cuándo la birrita Rubita? ¿Tan ortiva sos? ¡¡Dame una chance!!- le soltó sin preámbulos Fernando.

- Estamos en horario de trabajo, no hablo de estas cosas acá. Ustedes deberían hacer lo mismo y dejar de jugar a las adivinanzas. - Le respondió Lucia a secas sin mirarlo.

- Es un poco de distracción en el laburo jefecita… Ah, no para, vos no sos la jefecita, te la das de jefa, nada más, deberías darte cuenta que estamos en el mismo barro, somos iguales Rubita… Esto no es una empresa, esto es un super Día, ¿de qué te la das vestida así? – le espeto Fernando, mirándola de arriba a abajo.

- Estas muy equivocado, yo estudio para estar donde estoy, trabajo menos horas y gano más que vos. Sos un maleducado Gutiérrez, anda a hacer lo tuyo que yo me ocupo de lo mío. - Lucia se dio media vuelta y se fue.

- Y así está el mundo Rubita, ya lo vas a entender…- Le dijo en voz alta Fernando por sobre su hombro.

- Guacho, alta tensión. - comento Gustavo cuando Lucía desapareció por la esquina. Fernando no le dijo nada, se quedó etiquetando latas en una y en otra sección del supermercado meditativo.

En el almuerzo aprovechó que habían coincidido y se acercó a Lucía que estaba sola, leyendo unos papeles que tenía sobre la mesa mientras pinchaba distraída una ensalada verde.

- Rubita, quería pedirte disculpas por lo de hoy, me fui a la mierda la verdad.

- ¿Podes hablar un poco mejor Gutiérrez? – le señalo Lucia sin sacar los ojos de sus papeles.

- ¿En qué momento dejas de ser tan careta nena? ¡Te estoy pidiendo disculpas!

- Disculpas aceptadas, andá a almorzar. – fue lo que obtuvo como respuesta.

- Una última pregunta, vos que la tenés clara… – dijo en tono confidente, hizo una pausa y se sentó frente a ella mirándola a la cara, consiguió que le prestara atención- para el capitalismo, ¿cuántas horas son las adecuadas para que una persona trabaje? ¿Seis? ¿Ocho? ¿Doce? ¿Veinticuatro? ¿Toda la vida? ¿Hay un límite? ¿Si pudieran estos cerdos nos harían trabajar día y noche sin descanso? ¿Y la paga? ¿Retribuye lo que uno da realmente en tiempo y en vida? ¿Vale la pena el tiempo, la vida invertida por los mangos que nos tiran?




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