El Día de la Destrucción

El Camino del Engaño

Ya habían salido de la ciudad.

Tomás conducía en silencio, con los nudillos blancos sobre el volante. Su esposa dormía en el asiento trasero, aún débil, y sus hijos miraban por la ventana sin hablar. El aire estaba cargado, como si el mundo contuviera la respiración.

Las calles eran un desastre. Vidrios rotos, negocios saqueados, autos abandonados. Personas caminaban sin rumbo, llorando, gritando nombres que nadie respondía. Algunos se arrodillaban en medio del asfalto, como si esperaran que el cielo les devolviera algo que ya se había perdido.

Tomás no se detenía. Sabía que cada minuto contaba. Pero al llegar a una intersección bloqueada por escombros, tuvo que frenar. El motor rugió en vano. No había paso.

—Papá… —dijo Elías, su hijo—. Mira eso.

En una pantalla gigante, aún encendida sobre la fachada de un centro comercial, se transmitía una señal en vivo. Una presentadora sonriente hablaba con entusiasmo, rodeada de médicos y funcionarios.

—¡Los implantes han llegado! —decía con voz radiante—. El NeuroShield ya está disponible en todos los centros de salud. ¡Una solución segura, rápida y efectiva para proteger tu mente y la de tu familia!

La cámara mostraba filas de personas aplaudiendo, abrazándose, celebrando. Algunos lloraban de alegría. Otros levantaban pancartas que decían “Gracias por salvarnos”.

Tomás sintió un nudo en el estómago.

—No tienen idea… —murmuró.

Sabía que todo era una trampa. Que el implante no era una cura, sino una llave. Una puerta hacia el control absoluto. Lo había visto en los códigos, en los síntomas, en los ojos vacíos de quienes lo llevaban.

—Papá, ¿por qué están tan felices? —preguntó su hijo.

Tomás no respondió. Solo aceleró. Rodeó los escombros, esquivó los cuerpos, y siguió adelante.

La casa de verano estaba a tres horas de distancia. Un lugar apartado, rodeado de bosque, sin señal, sin distribución masiva. Allí podrían pensar. Respirar. Resistir.

Pero mientras el auto avanzaba por la carretera, Tomás sabía que el mundo que dejaban atrás ya no era el mismo. La gente había aceptado el implante con los brazos abiertos. Habían confundido el veneno con salvación.

Y ahora, el verdadero enemigo tenía acceso a sus mentes.




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