El Día de la Destrucción

El Eco del Código

El camino hacia la casa de verano nunca se completó.

Después del encuentro con el científico, Tomás y Elías fueron escoltados por dos vehículos sin placas, con vidrios polarizados y motores silenciosos. No hubo explicaciones. Solo miradas serias y un destino desconocido.

Tras varias horas de viaje por rutas secundarias, entraron en una zona boscosa, donde una entrada camuflada entre rocas se abrió como una boca de concreto. El búnker estaba oculto bajo tierra, protegido por capas de blindaje y tecnología que Tomás apenas reconocía.

Al descender por el ascensor, Tomás sintió que algo cambiaba. No era miedo. Era la sensación de que, por primera vez, no estaba solo.

Las puertas se abrieron. Dentro, había al menos veinte personas, trabajando en pantallas, revisando mapas, analizando datos. Todos llevaban el mismo símbolo bordado en sus ropas: un círculo dividido en siete partes. El fractal.

Y entonces la vio.

—¿Marina? —dijo Tomás, incrédulo.

Ella se giró. Tenía el cabello recogido, gafas de análisis, y una expresión que mezclaba sorpresa y alivio.

—Tomás… sabía que lo encontrarías.

Marina había sido su colega en la universidad, una experta en redes neuronales y criptografía. Siempre había admirado su mente, su intuición, su forma de ver patrones donde otros solo veían ruido.

—¿Qué es este lugar? —preguntó Tomás, aún aturdido.

—Una célula de resistencia —respondió ella—. Hemos estado siguiendo un mensaje oculto en la red. Un código que apareció en servidores abandonados, en transmisiones interrumpidas, en fragmentos de datos que nadie entendía… excepto tú.

Tomás frunció el ceño.

—¿El código que recibí?

Marina asintió.

—Sí. Lo que tú descifraste fue solo una parte. El resto estaba distribuido como un rompecabezas. Cuando lo reconstruimos, nos llevó a una ubicación: tu casa.

Tomás se quedó en silencio. El código lo había guiado. Lo había elegido.

—¿Por qué yo?

Marina se acercó, con una mirada firme.

—Porque tú eres el único que lo entendió sin ayuda. El único que vio más allá del lenguaje. El código no solo advierte. También instruye. Nos está guiando hacia algo… hacia una forma de desactivar el sistema de control.

Elías se acercó, curioso.

—¿Y esas bolas en el cielo?

Marina lo miró con ternura.

—Son nodos de transmisión. Están sincronizando a los implantados. Pero hay una frecuencia que puede interferir. Una que el código nos está enseñando a generar.

Tomás sintió que algo se encendía en su interior. No era solo conocimiento. Era propósito.

—¿Qué necesitas que haga?

Marina sonrió.

—Que seas tú. Que hagas lo que siempre has hecho: ver lo que nadie más ve.

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