El búnker ya no parecía un refugio. Se había convertido en un reloj.
Cada pantalla, cada algoritmo, cada fragmento de código que Tomás ayudaba a descifrar revelaba una verdad más oscura que la anterior. El mensaje que había recibido no era solo una advertencia. Era una cuenta regresiva.
—¿Estás seguro? —preguntó Marina, con la voz quebrada.
Tomás asintió, sin apartar la vista del patrón que se repetía en todos los nodos de transmisión. Una secuencia de pulsos, cada vez más sincronizados, que culminaban en una fecha exacta.
—Seis días —dijo—. Luego, el apagón.
Pero no era un apagón eléctrico. No era una caída de sistemas. Era algo más profundo. Más cruel.
—¿Qué significa “apagón cerebral”? —preguntó Elías, que escuchaba desde una esquina.
Marina se acercó, con los ojos llenos de una tristeza que no intentó ocultar.
—Significa que las emociones serán borradas. Que los recuerdos afectivos, los vínculos, la empatía… todo será desactivado. Las personas seguirán caminando, hablando, obedeciendo. Pero no sentirán nada.
Tomás sintió que el aire se volvía más denso.
—¿Cómo es posible?
—Los implantes no solo filtran la enfermedad —explicó Marina—. También almacenan patrones neuronales. Están preparando a las mentes para recibir una señal final. Una frecuencia que reconfigurará la conciencia humana.
—¿Y los que no tienen el implante?
—Ya están muriendo —respondió ella, sin titubear—. El apagón no los afectará. Porque no estarán aquí para verlo.
Tomás se levantó. Caminó por la sala como un animal enjaulado. Cada fibra de su cuerpo gritaba que debía hacer algo. Pero el código no ofrecía soluciones. Solo advertencias.
—¿Y si el código está incompleto? —preguntó—. ¿Y si hay una parte que aún no hemos visto?
Marina lo miró con esperanza renovada.
—Hay fragmentos que no hemos podido descifrar. Están encriptados con una lógica que no es humana. Como si vinieran de otra dimensión… o de otro tiempo.
Tomás se acercó a la consola principal. Sus dedos comenzaron a moverse con la precisión de quien ya no duda. El rompecabezas aún no estaba completo. Pero él lo terminaría.
Porque si el apagón llegaba en seis días, entonces tenían cinco para encontrar la luz.