El Día de la Destrucción

El Fragmento Perdido

El código no hablaba en palabras. Hablaba en ecos.

Tomás lo sabía. Cada línea que descifraba no era solo una instrucción, sino una resonancia. Algo que vibraba más allá de la lógica, como si estuviera escrito en el lenguaje de lo eterno.

Marina había reunido los fragmentos restantes. Eran cinco secuencias incompletas, encriptadas con una lógica que no respondía a ningún algoritmo conocido. Pero había algo familiar en ellas. Algo que Tomás había visto antes… aunque no en una pantalla.

—Esto no es solo código —dijo, mientras analizaba los patrones—. Es simbología.

Marina se acercó, con un libro antiguo en las manos. Lo había encontrado en una caja olvidada del búnker, junto a otros textos que nadie había querido tocar. En la portada, una figura alada dentro de un triángulo invertido. El mismo símbolo que marcaba los alimentos contaminados.

—Es un manuscrito apócrifo —explicó—. Nadie sabe quién lo escribió, pero habla de una “señal que silenciará el alma” y de “los siete fragmentos que deben ser reunidos antes del día sin luz”.

Tomás hojeó el texto. Las palabras parecían escritas con fuego. Había referencias a frecuencias, a nodos, a entidades que “no caminan, pero observan”. Y en el centro, una frase que lo detuvo:

“El que ve el patrón, verá el rostro.”

—¿El rostro de qué? —preguntó Elías, que escuchaba desde la entrada.

Tomás no respondió. Porque en ese momento, algo cambió.

Las luces del búnker parpadearon. Las pantallas se apagaron por un segundo. Y cuando volvieron, uno de los fragmentos había desaparecido.

—¿Qué pasó? —gritó Marina.

Un técnico corrió hacia ellos, pálido.

—Alguien lo borró. Desde dentro.

El silencio fue absoluto.

Tomás miró a su alrededor. Había al menos veinte personas en el búnker. Todos parecían confiables. Pero uno de ellos había traicionado.

—¿Quién más tiene acceso al núcleo? —preguntó.

Marina dudó.

—Solo tú… y yo.

Tomás sintió un escalofrío. No por sospechar de Marina, sino porque sabía que el enemigo no siempre se presenta como tal. A veces, se disfraza de aliado. A veces, se infiltra en el código mismo.

—Tenemos que encontrar al infiltrado —dijo—. Y recuperar el fragmento. Sin él, no podremos generar la frecuencia. Y sin la frecuencia… el apagón será irreversible.

Marina asintió.

—Hay algo más —dijo, con voz baja—. El manuscrito habla de un “portador del patrón”. Alguien que no solo descifra… sino que encarna el código.

Tomás la miró.

—¿Crees que soy yo?

Ella no respondió. Solo lo miró con una mezcla de temor y fe.

Porque si el código lo había elegido… también lo había marcado.




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