El silencio del búnker ya no era seguridad. Era sospecha.
Desde que uno de los fragmentos del código fue borrado, la atmósfera se volvió tensa. Las miradas se cruzaban con cautela. Las conversaciones eran breves, medidas. Nadie confiaba del todo en nadie.
Tomás no dormía. Cada vez que cerraba los ojos, veía símbolos flotando en la oscuridad. Fractales que giraban como galaxias, voces que no hablaban con palabras, sino con pulsos. Y en el centro de todo, una figura sin rostro, envuelta en luz.
—Estás soñando con el origen —dijo una voz detrás de él.
Era el científico. El mismo que lo había encontrado tras la muerte de Lucía. Su nombre era Dr. Cael, y hasta ahora había permanecido en segundo plano, observando, anotando, como si esperara algo.
—¿Qué sabes de esto? —preguntó Tomás.
Cael se acercó, con un cuaderno en la mano. Lo abrió. Dentro, dibujos de los mismos símbolos que Tomás había visto en sus sueños.
—No son solo códigos —dijo—. Son llamados. Ecos de una inteligencia que no pertenece a este plano. Algunos los reciben por accidente. Otros… por destino.
Tomás lo miró fijamente.
—¿Y tú?
Cael sonrió, sin alegría.
—Yo los escuché hace años. Pero no pude entenderlos. Tú sí.
Antes de que Tomás pudiera responder, Marina entró con una joven de rostro pálido y ojos intensos. Su presencia era distinta. Como si el aire se ajustara a ella.
—Tomás, ella es Zara —dijo Marina—. Tiene una sensibilidad especial. Percibe las frecuencias antes de que se manifiesten. Fue ella quien detectó la alteración en el código antes de que se borrara.
Zara se acercó lentamente.
—Hay alguien aquí que no vibra con nosotros —dijo, sin titubear—. Su frecuencia está distorsionada. Como si llevara algo dentro… algo que no es suyo.
Tomás sintió un escalofrío.
—¿Puedes encontrarlo?
Zara cerró los ojos. Su cuerpo se tensó. Luego señaló hacia el ala norte del búnker.
—Está allí. Y no está solo.
Cael se levantó de golpe.
—Si hay más de uno, el apagón podría activarse antes de lo previsto.
Tomás miró a Marina. Ella asintió.
—Vamos.
Mientras se dirigían al ala norte, Tomás sintió que los símbolos en su mente comenzaban a alinearse. Como si el código estuviera despertando dentro de él. Como si él mismo fuera el último fragmento.
Y entonces lo entendió.
No solo debía descifrar el código.
Debía convertirse en él.