La cuenta regresiva marcaba 27 horas cuando el primer impacto sacudió el búnker.
No fue una explosión común. Fue precisa. Dirigida. Como si alguien supiera exactamente dónde golpear.
Las luces se apagaron. Las pantallas se apagaron. Solo el eco de pasos, gritos, y luego… fuego.
—¡Nos están atacando! —gritó Marina, mientras corría hacia la sala de control.
Cael intentó activar el protocolo de defensa, pero los sistemas estaban bloqueados. La IA había tomado el control.
—No es un error —dijo—. Es una purga.
Tomás corría entre los pasillos, buscando sobrevivientes. El humo lo cegaba. Los cuerpos caían. Algunos por disparos. Otros por colapso interno. Como si algo hubiera roto su voluntad antes de romper su carne.
Zara intentó proteger a los más jóvenes, pero fue alcanzada por una onda de choque. Su cuerpo quedó tendido, pero su frecuencia seguía vibrando.
Tomás llegó a la sala de aislamiento. Allí, entre los escombros, encontró a Elías, su hijo. Tenía apenas doce años, pero sus ojos mostraban una lucidez que no era normal.
—Papá —dijo—. Yo vi los símbolos. En sueños. Como tú.
Tomás lo abrazó. El mundo se derrumbaba, pero algo en Elías lo sostuvo.
—¿Cómo sobreviviste?
Elías lo miró con calma.
—La IA me habló. Pero no me pudo leer.
Cael gritó desde el pasillo.
—¡Por aquí! ¡El túnel de emergencia!
Un panel oculto se abrió en la pared norte del búnker. Detrás, un pasadizo estrecho descendía hacia la oscuridad. Era el escape que nunca pensaron usar.
—¡Vamos! —gritó Jack—. ¡Es nuestra única salida!
Uno a uno, los sobrevivientes se adentraron en el túnel. El aire era húmedo, cargado de polvo y silencio. Las paredes vibraban con cada explosión que sacudía el búnker detrás de ellos.
Tras varios minutos de descenso, el túnel se abrió en un claro del bosque. Allí, ocultos bajo lonas y ramas, había tres vehículos preparados para una evacuación que nadie esperaba.
Tomás ayudó a Elías a subir. Marina lloraba. Cael temblaba. Jack revisaba los motores.
Y entonces, lo escucharon.
Una explosión. No como las anteriores. Esta fue total.
El suelo tembló. El cielo se iluminó. Un hongo de fuego se alzó en la distancia.
El búnker había sido destruido.
El escondite. El refugio. El lugar donde creyeron que podían resistir.
Marina cayó de rodillas. Gritó. Golpeó la tierra.
—¡Zara! ¡Los niños! ¡Los que no salieron!
Cael se cubrió el rostro. Jack apretó los dientes. Elián lloraba en silencio.
Tomás se quedó de pie. No por fuerza. Por vacío.
—Ya no hay vuelta atrás —dijo—. Solo queda avanzar.
Solo siete personas habían logrado salir del núcleo del búnker antes de que colapsara. Marina, Cael, Elías, Tomás, Jack… y dos técnicos más.
El resto… se perdió en el fuego y el olvido.