El Día de la Destrucción

La Curva del Silencio

El bosque se volvía más denso con cada paso.

Las ramas crujían como si susurraran advertencias. El aire estaba cargado, no de humedad, sino de algo más profundo. Algo que Tomás no podía nombrar, pero que sentía en la piel.

Elías empezó a caminar junto a él, cojeando con esfuerzo. Marina se apoyaba en Jack. Cael vigilaba el cielo. John guiaba al grupo con pasos firmes, pero su mirada no dejaba de escanear el cielo.

Y entonces, lo vieron.

El río.

Pero ya no era el mismo.

Las aguas, antes oscuras y tranquilas, ahora brillaban con un tono rojo profundo. No era reflejo. No era barro. Era como si la sangre del planeta hubiera comenzado a brotar.

—¿Qué está pasando? —susurró Tomás.

Cael se arrodilló junto a la orilla.

—Las esferas… están alterando la composición molecular del agua. Están reescribiendo la biología del planeta.

Marina se acercó, hipnotizada por el color. El agua parecía moverse con vida propia, como si respirara.

Y entonces, ocurrió.

Una serpiente, oculta entre las raíces, se lanzó hacia ella. Marina gritó. La mordida fue rápida, precisa, en la pantorrilla. Cayó al agua roja, hundiéndose por segundos.

—¡Marina! —gritó Tomás.

John se lanzó sin dudar. La sacó del agua, la llevó a la orilla, y rasgó su pantalón. La herida sangraba con un tono oscuro, como si el veneno ya estuviera mezclado con el agua roja del río.

—Torniquete —dijo John, sacando una cuerda de su mochila.

Lo ató con fuerza, justo por encima de la mordida. Marina jadeaba, pero estaba consciente.

—Tenemos que movernos —dijo Jack—. No podemos quedarnos aquí.

John asintió.

—La entrada está cerca. Dentro de una curva. Oculta por una formación rocosa. Si llegamos, podremos estabilizarla.

El grupo se apresuró. Elías fue cargado por Tomás. Marina apoyada por Cael. El bosque parecía cerrarse detrás de ellos, como si supiera que estaban huyendo.

Y entonces, la cueva apareció.

Una formación de piedra, cubierta por musgo y raíces, se alzaba como una puerta natural. John se acercó, tocó una roca específica, y emitió una frecuencia con un pequeño dispositivo.

La tierra vibró.

Una compuerta se abrió lentamente, revelando una escalera descendente.

—Bienvenidos —dijo John—. Al último refugio.




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