El acceso al refugio se cerró tras ellos con un sonido seco, como si la tierra misma sellara su última esperanza.
El pasillo descendía en espiral, iluminado por luces tenues que parpadeaban como si dudaran de su propósito. El aire era seco, cargado de polvo antiguo y una vibración apenas perceptible, como si algo latiera bajo los cimientos.
John caminaba al frente, guiando al grupo con pasos firmes. Marina era sostenida por Jack y Cael; su pierna estaba hinchada, el veneno avanzaba con lentitud pero sin pausa. Tomás llevaba a Elías en brazos, que ya no hablaba, pero sus ojos estaban abiertos, fijos en las paredes como si viera más allá de ellas.
Al llegar al nivel principal, se encontraron con una sala circular. Paneles apagados, consolas cubiertas por lonas, una camilla improvisada en el centro. Todo parecía intacto, pero dormido.
—Aquí es —dijo John—. El primer nivel. Médico y técnico. El tercero… nunca lo abrí.
Cael colocó a Marina sobre la camilla. Jack rasgó la tela de su pantalón. La mordida de la serpiente había dejado una marca oscura, como si el veneno estuviera mezclado con algo más que biología.
—Necesitamos estabilizarla —dijo Cael, sacando un kit de emergencia—. Pero no tenemos antídoto. Solo tiempo.
Tomás se acercó a Elías, que seguía mirando la pared.
—¿Qué ves?
Elías levantó una mano temblorosa y señaló una sección de piedra lisa.
—Hay símbolos… detrás de eso. Están vivos.
Tomás tocó la superficie. No era fría. Vibraba. Como si algo dentro respondiera a su presencia.
John activó la consola principal. Las luces se estabilizaron. Una interfaz antigua cobró vida, mostrando un mapa del refugio: tres niveles. El primero, donde estaban que era Médico y tecnico. El segundo, habían habitaciones y suficiente comida. El tercero… sin nombre. Solo un símbolo: un círculo con una línea quebrada en el centro.
—¿Qué hay abajo? —preguntó Tomás.
John dudó.
—Lucía me dijo que si alguna vez llegabas aquí, no debía detenerte. Que el tercer nivel no era para esconderse… sino para revelarse.
La consola emitió un pulso. El código comenzó a aparecer, no como texto, sino como secuencias de luz. Cada fragmento vibraba con una frecuencia distinta. El sistema reconocía a Tomás. Lo esperaba.
—Está reaccionando —dijo Cael—. Como si supiera que el apagón está cerca.
Marina jadeó. Su respiración se volvía irregular. Jack sostenía su mano. Cael inyectó un estabilizador, pero no era suficiente.
—Tenemos que activar algo —dijo Jack—. O ella no sobrevivirá.
Tomás miró a Elías.
—¿Y tú? ¿Qué sientes?
Elías cerró los ojos.
—Hay una puerta. No de metal. De luz. Y está llamándote.
La consola emitió un nuevo sonido. Una frecuencia desconocida. No humana. No artificial.
—Es el núcleo —dijo John—. Y está esperando.
Tomás se acercó a la consola. El código brillaba. El tercer nivel se desbloqueaba lentamente.
Y en ese momento, todos supieron:
El verdadero apagón no era solo del mundo.
Era del alma.