El refugio vibraba con una frecuencia que no venía de las máquinas.
Era como si el tiempo mismo se estuviera deshaciendo.
Tomás observaba la consola del tercer nivel. La puerta estaba cerrada, pero el código comenzaba a pulsar con una luz tenue, como si lo llamara desde dentro.
—Voy a bajar —dijo, sin mirar atrás.
John se acercó, colocando una mano sobre su hombro.
—Espera. Elías necesita atención. Su pierna está más inflamada. Voy a revisarlo.
Tomás dudó. Miró a su hijo, que respiraba con dificultad. John lo llevó a una camilla del refugio, le retiró la venda y aplicó un gel regenerativo. Elías no se quejaba. Solo lo miraba con ojos que parecían entender más de lo que decían.
Marina, por su parte, había logrado estabilizarse. Cael le había administrado un sedante, y ahora dormía en la camilla, su respiración más pausada.
Pero Cael no se tranquilizaba.
—La sustancia en su herida… no es veneno —dijo, observando la muestra bajo un microscopio portátil—. Es una batería biológica. Un compuesto diseñado para almacenar energía… dentro del cuerpo.
Jack se acercó.
—¿Qué significa eso?
Cael lo miró con gravedad.
—Que si no la extraemos, morira. Y la única forma de detenerla… es amputar la pierna.
El silencio fue absoluto.
Tomás se acercó a Marina. La observó dormir. Su rostro estaba tranquilo, como si no supiera que su cuerpo contenía una bomba.
—No ahora —dijo—. No sin saber qué hay abajo.
Jack revisó la consola. La cuenta regresiva seguía avanzando.
> Tiempo restante para el apagón: 08:00:00
—Ya no hay margen —dijo Jack—. Si no hacemos algo, todo se apaga.
Tomás se alejó. Se sentó junto a Elías. Lo abrazó con fuerza.
—No sé qué hacer —susurró.
Y entonces, cayó al suelo.
Su cuerpo se tensó. Su mente se abrió.
Y la visión comenzó.