La luz era suave. No cegaba. Acariciaba.
Tomás abrió los ojos en un espacio que no tenía forma. No había paredes. No había suelo. Solo símbolos flotando, girando, pulsando.
Y en medio de ellos… Lucía.
—Hola, amor —dijo, con una sonrisa que rompía el tiempo.
Tomás se acercó, temblando.
—¿Dónde estoy?
Lucía lo tomó de la mano.
—En el núcleo. En el lugar donde el código respira. Donde la verdad no se esconde.
Tomás lloró.
—No puedo detenerlo. El apagón… ya está aquí.
Lucía asintió.
—No puedes detenerlo. Nadie puede. El mundo eligió olvidar. Y ahora, la memoria será borrada.
Tomás cayó de rodillas.
—Entonces… ¿por qué estoy aquí?
Lucía lo levantó.
—Porque el tercer nivel guarda algo. No para salvar el mundo. Para salvarte a ti. A Elías. A los que aún vibran fuera del sistema.
Tomás miró los símbolos. Se alineaban. Formaban una puerta.
—¿Qué hay detrás?
Lucía lo miró con ternura.
—Una frecuencia que no puede ser apagada. Un refugio que no está hecho de piedra… sino de conciencia.
Tomás la abrazó.
—¿Volveré a verte?
Lucía lo besó en la frente.
—Siempre que recuerdes.
La luz se intensificó.
Y Tomás despertó.