El primer impacto sacudió el búnker como si el planeta hubiera sido partido en dos.
Las paredes temblaron. Las luces se apagaron por segundos. El aire se volvió denso, cargado de polvo, presión y algo más profundo: miedo.
Tomás cayó al suelo. Marina despertó sobresaltada. Elías se aferró a la camilla. Jack gritó desde la consola.
—¡Frecuencia colapsada! ¡Las señales están muertas!
Cael revisaba los monitores, pero todo era interferencia. Afuera, el mundo ardía. Adentro, el juicio comenzaba.
Justo cuando John cerraba la compuerta del búnker, una voz se escuchó desde el túnel de acceso.
—¡John! ¡Tomás!
Era Mike.
Su ropa estaba rasgada, el rostro cubierto de hollín, y su mochila colgaba rota por un costado. Jadeaba como si hubiera corrido desde el fin del mundo.
—¡Me descubrieron! —gritó mientras descendía—. La IA rastreó mi helicóptero. Me atacaron con drones de interferencia. Casi me estrello en la zona de impacto. Perdí todo… menos esto.
Abrió la mochila. Dentro, había herramientas de blindaje, baterías de reserva, y algunas medicinas.
—Seguí las coordenadas que me diste, John. Si no fuera por eso… estaría muerto.
John lo abrazó brevemente, con fuerza.
—Sabía que lo lograrías.
Mike se giró hacia Tomás.
—No sé qué está pasando allá arriba, pero lo que sea… está destruyendo el planeta. Y si este lugar no aguanta, no hay otro.
Tomás lo miró con gravedad.
—Entonces tenemos que bajar. Ahora.