El silencio tras las explosiones era casi irreal.
El primer nivel del búnker había resistido. Pero el grupo sabía que no podían quedarse allí por mucho tiempo. John activó el acceso al segundo nivel. La compuerta se abrió con un sonido suave, revelando una escalera descendente iluminada por luces cálidas.
—Este nivel fue diseñado para sobrevivir… pero también para descansar —dijo John.
Al llegar abajo, el aire cambió. Era más limpio, más estable. Las paredes estaban revestidas con paneles aislantes. El pasillo principal se bifurcaba en tres direcciones.
A la izquierda: las habitaciones. Ocho en total. Pequeñas, pero funcionales. Cada una con una cama, una lámpara, una mesa plegable y un compartimiento para objetos personales.
A la derecha: el comedor. Una mesa larga, sillas metálicas, una pequeña cocina automatizada, y estantes con alimentos envasados. Agua purificada corría por un sistema cerrado.
Al fondo: una sala de entretenimiento. Pantalla de proyección, libros físicos, algunos juegos de mesa, y un sistema de sonido que aún funcionaba.
Mike fue el primero en entrar a la sala de mantenimiento junto al comedor.
—Esto es más avanzado de lo que esperaba —dijo, revisando los paneles eléctricos—. Si el núcleo sigue estable, podemos mantener energía por meses.
Cael se dirigió al sistema de purificación.
—El agua está limpia. El aire también. Pero la radiación externa está subiendo. No podemos salir.
Jack entró en una de las habitaciones. Se sentó en la cama, sin decir nada. Luego sacó el código de su mochila y lo colocó sobre la mesa.
—Aquí es donde vamos a escribir lo que viene —dijo en voz baja.
Marina, aún débil, fue llevada a una habitación por Cael. Se recostó, cerró los ojos, y por primera vez desde el ataque… respiró sin dolor.
Tomás y Elías exploraron juntos. Elías se detuvo frente a una estantería de libros.
—¿Puedo leer uno?
Tomás sonrió.
—Claro. El mundo necesita historias… incluso ahora.
John se sentó en la sala de entretenimiento. Encendió el sistema de sonido. Una melodía suave comenzó a sonar. No era alegre. Era antigua. Como si el búnker recordara algo que los humanos habían olvidado.
—¿Y ahora qué? —preguntó Mike.
Tomás miró a todos.
—Ahora… descubrimos lo que hay abajo.