El comedor del segundo nivel estaba iluminado con una calidez que contrastaba con el mundo apagado allá afuera.
Jack había preparado una comida que sorprendió a todos: arroz con vegetales deshidratados, una salsa improvisada con especias del almacén, y un postre hecho con frutas en conserva. En medio del juicio global, aquello sabía a hogar.
—Esto… sabe a domingo —dijo Cael, sonriendo mientras servía.
—Es lo que quería —respondió Jack—. Que por un momento, olvidemos que el mundo está roto.
Todos comían con calma. Elías reía con John, Marina conversaba con Mike, y Tomás observaba en silencio. Las risas eran suaves, como si no quisieran despertar al dolor que dormía en las paredes.
Mike y Marina se cruzaban miradas.
No eran palabras. No eran gestos. Eran pulsos.
Jack lo notó.
No dijo nada, pero su mirada cambió. Un leve reselo. Una sombra que no estaba allí antes. Porque él conocía esa mirada. Porque alguna vez, fue suya.
Al terminar de comer, John propuso un juego para decidir quién lavaría los platos.
—El que saque la ficha más baja… lava —dijo, sacando un pequeño juego de azar.
Uno a uno, fueron sacando fichas.
Marina sacó la más baja.
—¡No puede ser! —dijo, riendo.
—Justo tú —bromeó Cael.
—Te ayudo —dijo Mike, levantándose.
—No hace falta —respondió Marina, pero su sonrisa decía lo contrario.
—Insisto —dijo Mike, tomando una toalla.
Jack se levantó sin mirar atrás. Se retiró a su habitación. Cael y John lo siguieron. Elías se quedó un momento más, luego se fue con Tomás.
Pero Tomás no se quedó.
Volvió a bajar al tercer nivel.
La puerta seguía allí. Inmóvil. Enigmática.
“Una salida. Un tiempo. Una salvación.”
Tiempo restante: 58 días, 4 horas, 3 minutos.
Se sentó en el suelo, frente al núcleo.
La luz pulsaba. El código vibraba. Pero nada se abría.
—¿Qué hay detrás de ti? —susurró—. ¿Y por qué no puedo verlo?
Mientras tanto, en el comedor, Marina lavaba los platos. Mike estaba a su lado, secando. No se tocaban. No se hablaban mucho. Pero la tensión era real. Como si el silencio entre ellos fuera más fuerte que cualquier palabra.
Y en el tercer nivel, Tomás seguía esperando respuestas.