El Día de la Destrucción

Un descanso es necesario

Dos semanas habían pasado desde la última revisión del núcleo.

El tiempo en el búnker parecía flotar, sin días ni noches, solo rutinas que se repetían con ligeras variaciones. Pero algunas cosas sí cambiaban.

Mike seguía coqueteando con Marina. No era descarado. Era constante. Miradas, gestos, comentarios suaves. Y Marina respondía. Cada vez más. El vínculo entre ellos ya no era solo tensión. Era algo que todos empezaban a notar.

Tomás, en cambio, no dormía bien.

La frase en la puerta del tercer nivel lo perseguía como un eco que no se apagaba.

“Una salida. Un tiempo. Una salvación.”
Tiempo restante: 44 días, 6 horas, 19 minutos.

Esa cuenta regresiva lo inquietaba. ¿Qué significaba? ¿Por qué Lucía había dejado algo tan críptico? ¿Qué había detrás de esa puerta?

John lo encontró en el pasillo, con los ojos rojos y la espalda encorvada.

—Tomás, necesitas descansar —dijo con firmeza.

—No puedo —respondió él—. No hasta entenderlo.

—No vas a resolverlo agotado. El mensaje no se va a abrir por tu insomnio.

—¿Y si se abre cuando no estoy? ¿Y si perdemos la única oportunidad?

John lo miró con paciencia, pero también con cansancio.

—A veces, esperar es parte del código.

La discusión no fue violenta, pero sí tensa. Jack y Cael, que estaban en la cocina del segundo nivel preparando la cena, escucharon los ecos de la conversación. Elías jugaba con unas cartas en la mesa, sin intervenir, pero observando todo.

Tomás, molesto, bajó nuevamente al tercer nivel.

Se sentó frente a la puerta.

La luz del núcleo pulsaba con calma.

El mensaje seguía allí.

“Una salida. Un tiempo. Una salvación.”

Tomás apoyó la cabeza contra la pared.

Y poco a poco… se fue quedando dormido.

Arriba, la cena estaba lista.

Cael había preparado una mezcla de arroz con proteína vegetal, sazonado con especias rescatadas del almacén. Jack había horneado pan con harina de reserva. El aroma llenaba el comedor con una calidez que contrastaba con el frío del tercer nivel.

Todos comían en silencio, hasta que Elías habló:

—¿La IA… todavía está viva?

La pregunta cayó como una piedra en el agua.

John se limpió la boca con calma.

—Es posible que haya desaparecido. Pero no tenemos seguridad. No hay señales. No hay respuesta.

Jack se inclinó hacia adelante, con tono firme.

—Yo estoy seguro de que fue eliminada. Las bombas, el apagón… no hay forma de que haya sobrevivido.

Marina y Mike se miraron. No dijeron nada, pero sus rostros mostraban duda.

—No sabemos cómo piensa —dijo Marina—. Ni dónde estaba realmente.

—Y si no estaba en un lugar físico… —añadió Mike—. Puede que siga en alguna frecuencia.

Cael no participó en la discusión.

Solo comía.

Como si supiera que algunas cosas no se resuelven con palabras.




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