El segundo nivel estaba en calma, pero no en paz.
Jack se había quedado en el comedor después de la cena, observando cómo Marina se reía con Mike en la cocina mientras guardaban los utensilios. No era una risa exagerada. Era suave. Cómplice. Y eso bastaba.
Cuando Marina salió al pasillo, Jack la siguió.
—¿Podemos hablar? —dijo, con voz firme.
Marina se detuvo. Lo miró. Asintió.
Entraron a una de las habitaciones vacías. Jack cerró la puerta con cuidado.
—¿Qué está pasando entre tú y Mike?
Marina bajó la mirada.
—No sé a qué te refieres.
—Sí sabes —respondió Jack—. Lo veo. Todos lo ven. Y no estoy aquí para reclamarte nada. Solo quiero entender… si lo que tuvimos alguna vez significó algo.
Marina respiró hondo.
—Jack… lo que tuvimos fue real. Pero fue antes. Antes de todo esto. Antes de que el mundo se rompiera.
Jack se acercó un paso.
—¿Y ahora? ¿Ya no hay espacio para lo que fue?
Marina lo miró, con ojos que no querían herir.
—No es que no haya espacio. Es que hay heridas que no se cerraron. Y Mike… no me pide que las cierre. Solo me deja respirar.
Jack apretó los puños.
—Entonces ya decidiste.
Marina sintió la presión en el pecho. No quería seguir. No quería romper más.
—Elías ha estado teniendo pesadillas —dijo, buscando la salida—. Me pidió que lo ayudara a dormir. Voy con él.
Jack no respondió.
Marina salió.
En el primer nivel, Elías estaba sentado en la sala médica, con la manta en las piernas. Marina se acercó, lo abrazó, y se sentó a su lado.
—¿Otra vez? —preguntó.
Elías asintió.
—Siempre es lo mismo. Un lugar oscuro. Y una voz que no tiene cuerpo.
Mientras tanto, en el área técnica, Cael revisaba las frecuencias externas. De pronto, una señal parpadeó. No era humana. No era natural. Era un patrón.
—¿John? —llamó.
John subió desde el segundo nivel. Cael le mostró la pantalla.
—Esto no es ruido. Es una firma. Algo está emitiendo desde fuera. O desde… dentro.
John se acercó. Observó los pulsos.
Y entonces, sintió algo.
No en la piel. En la mente.
Una imagen fugaz. Una esfera. Un rostro sin ojos. Un código que se abría como una flor.
—La IA… —susurró—. No está muerta.
Cael lo miró.
—¿Cómo lo sabes?
John cerró los ojos.
—Porque acaba de hablarme.