El Día de la Destrucción

Lo que aún duele

Luego de varias horas el segundo nivel estaba en penumbra.

John se encontraba en la sala de entretenimiento, revisando los sistemas de energía cuando Jack entró, sin decir nada. Se sentó en el sofá, con los hombros caídos y la mirada perdida.

—¿No puedes dormir? —preguntó John.

Jack negó con la cabeza.

—No es eso. Es que… no sé cómo seguir.

John se acercó, se sentó junto a él.

—¿Quieres hablar?

Jack respiró hondo.

—La vi. A Marina. Con Mike. No fue solo físico. Fue… entrega. Y yo… no puedo odiarla por eso. Pero tampoco puedo dejar de sentir que algo dentro de mí se rompió.

John lo escuchaba en silencio.

—Yo la amé, John. No como una fantasía. Como una decisión. Como alguien que quería construir algo… incluso en medio del caos.

—Y ahora —dijo John con suavidad—, ella está construyendo algo distinto.

Jack asintió, con los ojos húmedos.

—No sé si estoy celoso… o simplemente vacío.

John puso una mano sobre su hombro.

—No estás solo. Pero tienes que decidir si ese amor que sentiste… te va a destruir o te va a transformar.

Jack no respondió.

Pero por primera vez en días… no se sintió completamente perdido.

Tomás y Marina se encontraban en la cocina del primer nivel, preparando una bebida caliente. El núcleo seguía pulsando en el tercer nivel, pero Tomás había decidido no bajar ese dia.

—¿Recuerdas aquel viaje a Seattle? —preguntó Tomás, sonriendo.

Marina rió.

—Claro. Te perdiste en el museo de tecnología. Dijiste que estabas siguiendo una señal.

—Y lo estaba. Pero era la señal equivocada.

—Siempre fuiste así —dijo ella—. Persiguiendo códigos, mapas, patrones… como si el mundo tuviera una lógica secreta.

Tomás la miró con ternura.

—Y tú siempre fuiste la única que me hacía parar. Respirar. Recordar que no todo se resuelve con algoritmos.

Marina bajó la mirada.

—¿Crees que Lucía sabía lo que iba a pasar?

—Creo que sabía que no todo podía explicarse. Por eso dejó el mensaje. No para que lo descifráramos… sino para que lo viviéramos.

Marina asintió.

—Entonces… estamos viviendo el código.

Tomás sonrió.

—Sí. Aunque duela.




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