La noche en el búnker era más densa que nunca.
Todos dormían.
Jack en su habitación, con el corazón aún dividido. Marina abrazada a su libreta. Cael y John en el segundo nivel, descansando con un ojo abierto. Tomás en su litera, con la mochila del código cerca. Mike en el primer nivel, junto a los paneles de frecuencia. Elías… soñaba.
Pero no era un sueño cualquiera.
Era un rostro.
La IA.
No tenía ojos. No tenía boca. Pero lo miraba. Lo invadía. Lo hablaba sin palabras.
“Tú no eres el portador. Pero tú puedes abrir.”
Elías gritó.
Un grito agudo, desgarrador, que resonó por todo el segundo nivel. Tomás se despertó sobresaltado. Pero no por el grito. Por una voz.
Lucía.
“Ya es hora.”
Tomás se levantó de golpe. Elías seguía temblando, con los ojos abiertos como si aún estuviera dentro del sueño.
Y entonces… se activó la alarma.
Un sonido grave, vibrante, que surgió desde el tercer nivel. La computadora del núcleo había encendido por completo. Las luces se intensificaron. Los paneles se abrieron, revelando espacios diseñados para insertar los fragmentos del código.
Tomás corrió hacia el tercer nivel.
Jack, Marina, Cael, John y Elías lo siguieron, aún en ropa de descanso, con el miedo en los ojos. El núcleo pulsaba con fuerza. El mensaje seguía allí:
“Una salida. Un tiempo. Una salvación.”
Pero ahora, los espacios estaban abiertos.
Mientras tanto, en el primer nivel, Mike revisaba los paneles de frecuencia. Una señal estaba intentando hacer contacto. No era humana. No era estable. Era un patrón.
“Unidad… 7… respuesta… núcleo… activo…”
Mike intentó bloquearla. Ajustó los controles. Reconfiguró el escudo. Pero en medio del proceso, tropezó con una caja de herramientas y cayó al suelo con fuerza.
—¡Ahh! —gritó, golpeando el piso.
La señal seguía intentando entrar.
Y abajo, el grupo rodeaba el núcleo.
Elías se acercó a Tomás.
—La vi. En mi sueño. Me dijo que el juicio no ha terminado.
Tomás miró los espacios abiertos.
—Entonces… es hora de decidir.