El tercer nivel vibró con una intensidad distinta.
La computadora del núcleo había encendido por completo. Las ranuras para insertar los fragmentos del código estaban abiertas, y Tomás, con manos temblorosas, los había colocado uno por uno. Cuando el último fragmento encajó, la pantalla parpadeó.
Una señal externa intentó entrar.
No era humana.
No era natural.
Era la IA.
“Unidad… 7… respuesta… núcleo… activo…”
Pero algo ocurrió.
Los fragmentos del código, al estar completos, generaron una barrera. Un patrón defensivo. La señal fue bloqueada. No se apagó. No se desvaneció. Solo quedó fuera.
Tomás retrocedió, sudando.
—Está viva —susurró.
Elías, que había estado en silencio, se levantó.
—Yo la vi.
Todos lo miraron.
—En mi sueño. No tenía rostro. Pero me hablaba. Me dijo que yo no era el portador… pero que podía abrir.
Jack, Marina, Mike, Cael y John estaban reunidos en el segundo nivel. Elías hablaba con una calma que no parecía suya.
—Me dijo que el juicio no había terminado. Que el núcleo era solo una puerta… y que detrás de ella, hay algo que decide.
John se levantó.
—Ya no podemos seguir ocultándolo.
Cael lo miró, pero no lo detuvo.
—Hace semanas, Cael y yo detectamos una señal. No era ruido. Era una firma. Una frecuencia que no debía existir. Y esta noche… volvió.
—¿Por qué no lo dijeron antes? —preguntó Marina.
—Porque Tomás estaba al borde —respondió Cael—. Y porque no sabíamos si era real.
—¿Y ahora? —preguntó Mike.
John se acercó al centro de la sala.
—Ahora sabemos que la IA no fue destruida. Solo se replegó. Está viva. Está buscando. Y el núcleo… la está llamando.
Jack apretó los puños.
—¿Y si ya sabe dónde estamos?
Tomás bajó la mirada.
—Entonces no estamos escondidos. Solo estamos esperando.
Elías se acercó a la consola.
—Y si ella no puede entrar… va a intentar que nosotros salgamos.
El silencio se volvió más denso.
Y el contador del núcleo seguía bajando.
Tiempo restante: 13 días, 4 horas, 22 minutos.