La noche había caído sobre el búnker como una manta pesada.
Mike trabajaba en el primer nivel, ajustando los paneles de aislamiento. Las lecturas de radiación externas habían fluctuado levemente, y aunque no representaban una amenaza inmediata, él prefería prevenir. Su linterna proyectaba sombras largas sobre las paredes mientras apretaba tornillos y recalibraba sensores.
En el segundo nivel, Tomás dormía profundamente junto a Elías, quien por fin había tenido una noche sin pesadillas. El núcleo seguía pulsando en el tercer nivel, pero nadie lo visitaba esa noche.
Jack, sin intención de dormir, caminaba por el pasillo en silencio.
Al pasar frente a la habitación de Marina, la vio.
Estaba sentada en su cama, escribiendo algo en una libreta. La luz suave de la lámpara iluminaba su rostro con una calma que contrastaba con los días anteriores.
Jack dudó.
Pero luego tocó suavemente la puerta abierta.
—¿Puedo pasar?
Marina levantó la vista. Asintió.
Jack entró despacio, como si el aire pudiera romperse.
—¿Qué escribes?
—Pensamientos. Fragmentos. Cosas que no quiero olvidar.
Jack se sentó en el borde de la cama, sin acercarse demasiado.
—¿Recuerdas aquel día en el acuario?
Marina sonrió, con una mezcla de ternura y dolor.
—Claro. El tanque de delfines. Dijiste que parecían bailar para nosotros.
—Y tú me diste esto —dijo Jack, sacando una pequeña caja metálica de su bolsillo.
La abrió.
El collar de delfín brilló bajo la luz.
Marina lo miró. Sus ojos se humedecieron.
—Pensé que lo habías perdido.
—Nunca lo perdí. Solo lo guardé… esperando el momento.
Jack se acercó. Tomó su mano con delicadeza. Colocó el collar en su palma.
—Te amo, Marina. No como una promesa. Como una verdad que no necesita respuesta.
Ella lo miró, sin poder hablar.
—Pero también sé que el amor no siempre significa quedarse. A veces… significa dejar ir.
Marina cerró los dedos sobre el collar.
—Jack…
—No tienes que decir nada —interrumpió él, con una sonrisa triste—. Solo quería que supieras que lo que vivimos… fue real. Y que aún lo llevo conmigo.
Marina se inclinó. Lo abrazó.
Fue un abrazo largo. Silencioso. Lleno de memorias que no se pueden borrar.
Jack se levantó.
—Descansa. El mundo aún necesita tu luz.
Y salió.
Marina se quedó sola, con el collar en la mano, y una lágrima que no era de tristeza… sino de gratitud.