El Día de la Destrucción

Donde duele el silencio

El núcleo seguía pulsando, pero la señal de la IA había sido bloqueada.

Por primera vez en semanas, el grupo respiró con un atisbo de alivio. El código, incompleto como estaba, había hecho algo. Había resistido. Había dicho “no” a la oscuridad.

Pero el miedo no se había ido.

Solo se había escondido.

En el segundo nivel, todos estaban reunidos, aún procesando lo ocurrido. Elías dormía, exhausto. Tomás revisaba los fragmentos una y otra vez, como si el significado pudiera revelarse con solo mirarlos el tiempo suficiente. Jack se mantenía en silencio, observando a todos con una mezcla de vigilancia y resignación.

Fue Marina quien rompió el silencio.

—¿Y Mike? —preguntó, mirando a su alrededor—. ¿Alguien lo ha visto?

Tomás levantó la vista.

—No. No desde que bajamos.

John frunció el ceño.

—Le asigné guardia en el primer nivel. Debía monitorear la frecuencia por si la IA intentaba otro contacto.

Marina se puso de pie de inmediato.

—Voy a buscarlo.

—Voy contigo —dijo Cael, dejando su taza a medio tomar.

Ambos subieron por la escalera en silencio, con pasos rápidos. Al llegar al primer nivel, lo encontraron.

Mike estaba en el suelo, junto a la consola de frecuencia. Una herramienta pesada —una llave de torsión industrial— yacía a su lado. Su pierna derecha estaba torcida en un ángulo antinatural. Un charco de sangre se extendía bajo él.

—¡Mike! —gritó Marina, corriendo hacia él.

Mike apenas abrió los ojos.

—Lo intenté… bloquear… pero… —su voz era un susurro.

Cael se arrodilló junto a él, revisando el pulso.

—Está perdiendo mucha sangre. Necesitamos moverlo ya.

—¿Puede caminar?

—No. Fractura expuesta. Marina, ve por ayuda. ¡Ahora!

Marina corrió escaleras arriba.

Minutos después, John y Jack subieron con una camilla improvisada. Con cuidado, levantaron a Mike y lo trasladaron al segundo nivel. Cael preparó el área médica mientras Tomás limpiaba el instrumental con manos temblorosas.

La operación fue larga.

Silenciosa.

Tensa.

Marina no se movió de la puerta.

Elías, aún pálido, se sentó en el suelo, abrazando sus rodillas.

Finalmente, Cael y John salieron con las manos manchadas de sangre, pero con una expresión firme.

—Está fuera de peligro. Perdió mucha sangre, pero logramos estabilizarlo. La pierna… tomará tiempo. Pero vivirá.

Un suspiro colectivo recorrió la sala.

Pero nadie celebró.

Porque todos sabían que el verdadero peligro… aún no había llegado.




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