El segundo nivel estaba en silencio, salvo por el zumbido constante de la computadora médica.
Mike abrió los ojos lentamente.
La luz era tenue. El dolor, punzante. Pero lo primero que vio fue a Marina, sentada a su lado, con los ojos rojos de tanto vigilarlo.
—¿Dónde… estoy? —susurró.
—En el segundo nivel —respondió Marina, tomando su mano—. Te caíste. Perdiste mucha sangre. Pero estás vivo.
Cael se acercó desde la consola, revisando los signos vitales.
—Vivo de milagro —dijo, con una sonrisa—. Aunque por cómo te caíste, pensé que estabas intentando bailar con las herramientas.
Mike soltó una risa débil.
—No sabía que el piso tenía tanto ritmo.
—Pues la próxima vez, avísame. Hacemos una coreografía y lo grabamos para la IA —bromeó Cael, mientras preparaba una inyección.
—¿Qué es eso? —preguntó Mike.
—Un regalito para que no sientas que te atropelló un tren. Relájate.
Cael aplicó la inyección con precisión, luego guardó los instrumentos y se retiró, guiñándole un ojo a Marina.
—Te dejo con tu enfermera personal.
Marina no dijo nada.
Solo lo miró.
Fijamente.
Como si necesitara confirmar que no era un sueño.
Y luego lo besó.
Lento. Profundo. Con lágrimas que no pedían permiso.
Mike la acarició con la mano libre.
—Tranquila… aquí estoy.
Mientras tanto, en el tercer nivel, John y Tomás discutían frente al núcleo.
—Faltan pocos días —dijo John—. Y la IA sigue intentando entrar.
—Pero el código la bloqueó —respondió Tomás—. Eso significa que aún tenemos margen.
—¿Y si no es suficiente?
—Entonces no nos queda otra que confiar.
John se cruzó de brazos.
—¿Confiar en qué?
Tomás miró el contador.
> Tiempo restante: 9 días, 14 horas, 03 minutos.
—En lo que Lucía dejó. En lo que no entendemos. En lo que aún no se ha revelado.
John suspiró.
—Entonces… esperamos.