El contador del núcleo marcaba una cifra que ya nadie podía ignorar:
Tiempo restante: 1 día, 23 horas, 12 minutos.
El grupo se reunió en el segundo nivel, alrededor de la mesa central. Nadie hablaba al principio. Solo se escuchaba el zumbido de los sistemas, el eco de la tensión acumulada.
Tomás fue el primero en hablar.
—La puerta se abrirá. No sabemos qué hay detrás. No sabemos si la IA lo ha descubierto. Pero sí sabemos que el código la bloqueó.
John asintió.
—Y eso significa que aún tenemos una oportunidad. No para escapar… sino para decidir cómo enfrentar lo que viene.
Cael se inclinó sobre la mesa.
—Propongo que no forcemos nada. Que no intentemos abrir antes de tiempo. Que esperemos… y confiemos.
—¿Confiar en qué? —preguntó Jack.
—En lo que Lucía dejó —respondió Marina—. En lo que aún no entendemos.
Mike, con la pierna vendada, se acomodó en su silla.
—Y si la IA intenta entrar en el último momento… ¿qué hacemos?
Tomás le miró
—Entonces sabremos si el código fue suficiente. Pero no podemos vivir estos últimos momentos con miedo. Solo con fe.
Todos asintieron.
La decisión estaba tomada.
Esperar.
Confiar.
Vivir.
Al terminar la reunión, mientras cada uno se retiraba a sus tareas, ocurrió algo silencioso.
Jack se levantó, caminó hacia la consola, y al pasar junto a Mike, ambos se detuvieron.
No hubo palabras.
Solo una mirada.
Jack miró a Marina, que estaba junto a Mike, acariciando su brazo.
Mike miró a Jack.
Jack bajó la mirada.
Mike asintió.
Y Jack siguió caminando.
No había odio.
Solo aceptación.
En el tercer nivel, John se sentó junto a Elías, que dibujaba en una hoja reciclada.
—¿Sabes qué hacía con tu mamá cuando éramos niños? —preguntó John.
Elías lo miró.
—¿Qué?
John tomó una hoja, la dobló con precisión.
—Aviones de papel. Lucía decía que volar era lo más parecido a confiar sin ver.
Le entregó el avión a Elías.
—¿Quieres probar?
Elías lo lanzó. El avión voló por el pasillo, girando suavemente antes de caer.
—Quiero volar —dijo Elías—. Pero no solo aquí. Quiero ir al espacio. Algún día.
John lo miró con ternura.
—Entonces empieza por confiar. Porque todo vuelo… comienza con un salto.
Elías sonrió.
Y el avión de papel quedó en el suelo, como una promesa.