El día del accidente

• capítulo ii: espero que nunca llegues a saberlo

Últimamente me pregunto cómo se siente despertar después de tanto tiempo. Si, en realidad, puedes sentir algo más allá de lo que ya sabes que sentirás. Tengo tiempo de sobra para pensar en ello y, para serte sincero, me gustaría que ese tiempo se acabe. Me importaría muy poco en qué momento lo hace. Si es cuando estoy a punto de descubrir el sentido de la vida o el más grande misterio, o si es cuando estoy a punto de morir, o si es cuando ella viene a por mí.

Sólo quiero que esto acabe cuando sea.

Pero, mientras tanto, y contra cualquier pronóstico, creo que estoy condenado a recordar. Buscar en mis memorias es lo único que tengo que hacer porque ya estoy harto de escuchar a las personas hablándome de cómo el mundo se ve sin mí. Bueno, parte del mundo. Sé que el resto de este sigue sin conocer mi historia y, créeme, lo hacen mejor que cualquiera de mis conocidos. Supongo que eso es lo que soy, o lo que todos somos. Nada para muchos pero todo para algunos.

No me subestimes. Tampoco creas que soy tonto o egoísta. Otra de las razones que tengo para querer despertar es esa, porque también estoy hartándome de no poder sentir o responder cuando alguien me pide que, por favor, despierte. Que, por favor, luche contra esto. Que, por favor, me aleje de la luz. Y que, por favor, muchas cosas.

Estoy cansado de tantos favores por el simple hecho de que yo soy incapaz de cumplirlos.

Ahora, volviendo a lo que deberíamos llamar importante, creo que la última vez que escribí te hablé de por dónde va todo esto. Supongo que ahora tengo que hablarte un poco de ella para que quieras seguir aquí en lugar de pensar que todo esto no va a ninguna parte. Bueno, ya te dije quién era Whitney. Ahora te diré algo muy loco de ella: a pesar de lo de nuestras madres, antes de aquel día en el que me la encontré llorando, yo nunca antes había hablado con ella.

Hablo de hablar realmente. Valga la redundancia. Solíamos caminar tomados de la mano cuando éramos pequeños pero luego ella se iba diciéndome que quería estar con su mamá. Además, sé que de niño no tienes ninguna verdadera amistad con nadie. Al menos, ese fue el caso entre Whitney y yo.

No éramos amigos.

Y recuerdo que, a medida que íbamos creciendo, la relación que manteníamos se iba distanciando cada vez más. Ella iba por un camino y yo por otro, aunque de vez en cuando nos cruzáramos gracias a nuestras madres, pero por lo demás, estábamos total y completamente separados. Ella iba a otro Instituto y, conforme crecía, dejaba de acompañar a su madre porque podía quedarse en casa sola.

Así que ni siquiera hablamos hasta que, un día, finalmente, me la encontré en el Instituto de Inglés al que asistía. O quizás al que asisto. O al que seguiré asistiendo cuando despierte. En cualquier caso, Fletcher Joel Elmer y yo estábamos esperando en la recepción para pedir no sé qué clase de papeles que necesitábamos para la inscripción. Y allí nos encontramos con ella, al principio de la fila—que, dicho sea de paso, era bastante larga—, sola. Mi amigo me observó por encima del hombro con una sonrisa antes de retroceder un par de pasos para quedar a mi altura.

—¿Esa que está ahí no es tu amiga?—me había preguntado—. Creo haberla visto antes.

Y yo, como un completo idiota, negué con la cabeza. Supongo que porque no supe cómo reaccionar, o porque estaba demasiado concentrado preguntándome qué hacía ella ahí. Nunca antes había tenido esa oportunidad, o esa posibilidad de estar cerca de ella, más allá de las pocas veces que, como ya te dije, nos cruzábamos. Así que sí, me había tomado por sorpresa, pero intenté disimularlo encogiéndome de hombros y guardando silencio. Las cosas pasaron, Whitney se adelantó y fue atendida, dio sus datos y mientras la recepcionista tecleaba en su anticuada computadora, una risita comenzó a expandirse hasta que se convirtió en carcajada.

Y ahí estábamos, de un momento a otro. Whitney estaba carcajeándose frente a todos, opacando cualquier otro sonido, provocando el silencio más incómodo que jamás llegaré a conocer.

Y siguió riéndose un par de segundos sin razón aparente hasta que la recepcionista le devolvió una mala mirada y le espetó:

—¿Y a ti qué te pasa?

Fue cuando Whitney tomó aire y dejó de reír.

—Lo siento—se disculpó—, es que... acabo de recordar algo.

Creo que esa fue la primera vez que sentí cierto desprecio por ella, pero al mismo tiempo me agradó su risa y esa... ¿cómo llamarle? ¿Tranquilidad? Ante la vida. Pero no lo sé, porque luego ella tomó un papel, volvió a disculparse y se giró para irse. Y pasó a mi lado, justo a mi lado, y ni siquiera se detuvo a saludarme. No intentó volver la vista atrás o lo que sea. No. Sólo... se fue.

No puedo culparla, pero tampoco disculparme por haberla menospreciado.

Así que, semanas después, me vi sentado junto a Fletcher Joel Elmer en mi primera clase de inglés dos hileras por detrás de Whitney. Y ella, oh, ella era una maldita genio en ese idioma, ni siquiera termino de entender por qué mierda tomaba clases si sabía manejarlo como si de sus manos se tratase. Ah, espera, que si sé porqué tomaba clases, y por qué siempre se esmeraba en sentarse cerca, y por qué intentaba resaltar.




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