El día del accidente

• capítulo vii: más

Llegamos a la casa de Whitney cuando el sol está ocultándose, y me aseguro de escribirle tanto a mi madre como a mi padre antes de hacer algo. Luego bajo la única mochila que traje conmigo y me pregunto por qué mierda estoy actuando con tanta normalidad si todavía tengo que tomar una decisión, pero supongo que tendré horas extras para pensar sobre todo esto a la noche, antes de dormir. Por eso, sosteniendo mi mochila, sigo a Whitney para terminar entrando a la casa de madera que no conocía hasta hace un tiempo, el real 17 de febrero, el verdadero primer día en el que acompañé a mi amiga al viaje en el que terminaría muriendo.

Whitney se gira para verme y, con una sonrisa, extiende sus brazos.

—¡Bienvenido a la ciudad paraíso, Elvis!—exclama.

Su abuela ríe, su abuelo lo intenta, y Chayce no dice nada. Este último se encarga de encender todas las luces y el ambiente se ilumina. La casa es bastante grande y tiene cierto aspecto rústico que, a primera vista, parece interesante pero ahora, en esta situación, no sé cómo debería sentirme al respecto. Vuelvo a verlo todo tan intacto como la última vez, el día en el que me fui. El gran sillón negro cubierto por la manta que, según mi memoria, tiene casi treinta años, la gran mesa de madera, la cocina, el pasillo... ah, y las habitaciones. Más allá, si sigues ese pasillo, llegarás a ella. Pero, a la hora de comer, la abuela de Whitney nos dirá que sería mejor dormir en la antigua habitación que reservaban para Chayce y Eileen, y el abuelo se opondrá, furioso, diciendo que no pueden permitirnos dormir en la misma cama con nuestra edad.

¡Ahí lo tengo! Sé que eso ocurrirá y, si lo que creo saber no fue un sueño, será así. Sólo tengo que intentar recordar y comparar lo que supongo que sé con lo que va sucediendo conforme el tiempo avanza... y así podré saber la verdad.

Si esta noche duermo en la misma habitación y cama con Whitney, entonces es seguro que ella morirá en dos días.

En realidad no sé si quiero averiguarlo, pero allá vamos. Algo tengo que hacer.

Dejo mi mochila en el sofá e intento devolverle la sonrisa a Whitney.

—¿Qué vamos a comer?—inquiero, observándola a ella pero esperando una respuesta por parte de su padre.

—¡Tarta de verduras!—exclama la abuela.

Tal y como lo recordaba. Ahora... lo que debe suceder, y lo que está sucediendo, es que la abuela de Whitney se apresura a colocar el mantel sobre la mesa, y me sorprendo porque la tela es roja y llamativa, y el estampado está lleno de manzanas, y cuando el abuelo me ve mirándolo tan fijamente, decide atraer mi atención chasqueando los dedos.

—Eh, no me mires a mí. Fue esa loca de ahí, esa que llamas amiga, la que tuvo la idea de pintar manzanas en la tela roja.

Miro a Whitney al instante.

—¿Qué?—se defiende ella, fingiendo ofenderse mientras se encoge de hombros—. Venga, Elvis, no me dirás que se ven mal.

—Cuéntanos, Archer, ¿cuál es tu canción favorita de Elvis Presley?—nos interrumpe la abuela, colocando el primer plato en la mesa.

Whitney pone los ojos en blanco. Ahora el que ríe soy yo.

—Abuela, te dije que le llamo Elvis por su apellido, no por...—intenta explicar.

—Deja, Whitney. Tu abuela no va a entenderlo nunca porque está loca desde que cumplió los sesenta—repuso, nuevamente, el abuelo, y avanzó un par de pasos hasta llegar a la mesa. Termina tumbándose sobre una de las sillas mientras señala a la anciana que va y viene de un lugar a otro poniendo platos sobre la mesa—. ¿Por qué no hacéis algo y ayudáis a esa pobre vieja?

La mujer, en lugar de responder, se rehúsa a seguir poniendo vasos y platos. Whitney me echa una rápida mirada y luego se apresura a ayudar a su abuela. Yo termino por hacerlo también, aunque no sé en dónde debería poner cada vaso. Es como si cada uno fuese para una persona específica. Uno de ellos tiene una gran flor, mientras otro tiene un perro de alguna raza que desconozco. Permanezco observándolos un par de segundos, hasta que la abuela de Whitney se acerca a mí con una sonrisa y, observando el de la flor, me dice:

—Es un lindo diseño, ¿no crees? Lo compré para Eileen, pero desde que no viene, lo usa Whitney. El del perro era para Chayce pero lo odia, así que si quieres puedes usarlo hoy. Pero no se lo digas, ¿eh?—luego, me guiña un ojo.

Esto... creo que también lo recuerdo.

Al final, el vaso del perro lo termina utilizando Whitney y a mí me queda el de la flor. Pero no me quejo, porque al menos tengo un lindo vaso en el que beber agua con esta familia que, y es probable, muera en tan solo unos días. Y, de hecho, ¿por qué estoy pensando en eso ahora? Mira, ya estoy sentado en una de las sillas, Whitney está a mi lado, riendo de algo que no escuché, y ahora me está mirando a la espera de que yo también ría. E intento hacerlo, pero no sé porqué lo intento si ni siquiera escuché el chiste. ¡Está viva! ¡Y yo también! ¡Y no hay forma de cambiar eso ahora mismo!

El tiempo pasa rápido. El padre de Whitney, Chayce, sirve la tarta de verduras que cocinó la abuela antes del viaje. Me pregunto si puedo recordar cómo sabía y, al darle el primer bocado, entiendo que sí. E incluso recuerdo que me pareció que tenía demasiada sal, como ahora, y mi pensamiento es el mismo... pero mezclado con muchas cosas. Demasiadas. Sangre, oscuridad, muerte y preguntas. Por favor tantas cosas. Ninguna respuesta, muchas palabras y viceversa.




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