El día del accidente

• capítulo viii: libre del accidente

Pensar mucho me agota, así que, antes de dormirme, llegué a una conclusión: alguien tiene que morir en el accidente, y sea quien sea, tendrá que hacerlo. Pero, además, una persona está destinada a sobrevivir y, reitero, sea quien sea... tendrá que aprender a sobrevivir sin el otro. Y sé que yo no podré hacerlo, que viviré anclado al accidente, ese maldito día, pero por otro lado, confío en que, de ser Whitney la sobreviviente, ella podría hacerlo.

Es sólo un simple presentimiento, pero se siente muy real. Demasiado, más de lo que podría querer que se sienta. Además no me gusta cómo sé que todo va a suceder. Si mi memoria no me falla, voy a sufrir de nuevo, y todos ellos también.

Me pregunto si hay alguna forma de convencerles de volver un día más tarde. O... ni siquiera volver. Pero es patético pensar en eso porque tendremos que hacerlo y, sea cuando sea, habrá un accidente. Entonces, si no puedo evitarlo, ¿tengo que cambiarlo?

Cuando despierto, estoy solo en la habitación, así que me quedo inmóvil observando el techo hasta que, pasados unos minutos, la puerta se abre y Whitney entra con una sonrisa y los brazos en jarra.

—¿Tienes idea de qué hora es?—me espeta.

La observo desde mi posición con lentitud y luego finjo ver en mi reloj imaginario la hora. Exagero una exclamación mientras me siento, y luego respondo:

—¡Claro que no!

Ella ríe y debo admitir que, ante ese simple acto, vuelvo a pensar en todo lo que está por ocurrir. Es como si todo, por pequeño que sea, tenga que llevarme a ese pensamiento. Y, al final del día, supongo que eso es lo correcto cuando se trata de la muerte.

Pero, hablando completamente en serio, ¿hay algo correcto cuando se trata de la muerte? Hablo de que tan solo en unos días yo tendré que despedirme de todo este mundo, de la vida y, por ende, de Whitney, de la historia que tuvimos, de la que podríamos haber tenido y de la que no tendremos. No estoy siendo dramático ni exagerando las cosas, o eso me agrada pensar.

¡Va a morir y no sé qué hacer! Aquí estoy hoy, hola, justo en el medio de la angustia adolescente, preguntándome si aún no es muy tarde, si aún puedo llegar lo suficientemente lejos como para salvar al menos a mi amiga.

Pero tengo que admitir que yo tampoco... yo tampoco quiero morir. Estoy intentando ser más fuerte de lo que soy, pero estoy bien. Tengo que erguirme y pensar, sólo pensar, y llegar a una conclusión. Nada de tener miedo, nada de echarme atrás. Si voy a salvar a alguien, voy a salvarla a ella de la muerte.

Creo que estoy luchando por algo que no se puede lograr. Así me siento ahora mismo.

—Venga, ven, tenemos que desayunar—me indica Whitney, haciéndome un gesto para que me apresure.

Y más tarde, a tal hora, tendremos que... ¡oh! Y mañana, a esta hora, iremos a... espera, que estaremos muertos.

Whitney lleva pantalones largos como yo, así que no debería preocuparme en cambiarme, pero una parte de mí quiere hacerlo de todas formas así que vuelvo a buscar mis cosas para ir al baño y cambiarme. Vuelvo a usar pantalones largos y una camiseta de alguna banda que a papá le gusta. Cuando me dirijo a la cocina, me encuentro allí con más personas de las que esperaba encontrarme. Bueno, son sólo tres, pero marcan la diferencia: una mujer regordeta y de poca altura, hablando hasta por los codos, que no tarda en verme y acercarse para abrazarme.

—Ah, Elvis, ella es mi tía Katherine. Tía Katherine, este es Archer, alias Elvis—nos presenta Whitney, y luego señala a los dos chicos pequeños que corren alrededor de toda la casa—. ¡Eh, niños! ¡Saludad al primo Elvis!

Ambos pequeños, que supongo que tendrán ocho o quizás menos, se acercan y me abrazan como la tía Katherine, mientras gritan:

—¿Qué tal, primo Elvis?—con todas las fuerzas que sé que tienen.

Y, ahora que lo pienso, ellos sí habían estado aquí el día original. Lo sé porque, cuando la tía Katherine vuelve a hablar, reconozco repentinamente su voz. Entonces sé que mi primera impresión de ella fue muy diferente a la de ahora: me hizo pensar en la Whitney que yo detesté al conocer, esa que parecía gritar para poder ser escuchada. Ah, mierda, otra vez estoy pensando en el pasado.

Debería dejar de hacerlo e ir a sentarme porque, en la mesa, hay dos tazas de más: otra vez una de ellas tiene una flor y la otra, un perro. Y, otra vez, Whitney toma la del perro dejándome disponible una que no quería. En fin, son sólo detalles. Cuando me acerco para sentarme, recibo una mirada especial por parte del abuelo que está en una de las puntas de la mesa, inmóvil, sosteniendo una taza azul.

Lo saludo con la cabeza y este corre la mirada.

Una vez que tengo la taza de café entre mis dedos, puedo sentarme y escuchar cómo la abuela habla con la tía Katherine sobre cosas que no entiendo y luego unen a Whitney en el rollo. No puedo seguirles el ritmo, así que vuelvo a intentar concentrarme en lo que debería concentrarme, pero ahora ya no puedo hacerlo. Mi alrededor está demasiado lleno de ruidos y sonidos, voces de personas y niños gritando, saltando, viviendo sin saber qué va a suceder. Y por eso se ven tan tranquilos, tan... no lo sé. Por eso pueden seguir viviendo como si nada. Quizás ese sea el buen factor que olvidamos ver en lo impredecible del futuro, quizás de saber qué va a ocurrirnos se nos termine olvidando vivir.




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