El día del accidente

• capítulo x: el día del accidente

¿Cómo se supone que debo comenzar a hablar de hoy? El día del accidente, aquí estamos finalmente. Que bueno que, al fin, nos conocemos con formalidad, estaba esperando con ansías este preciso instante en el que mis ojos se abren y vuelven a ver el techo, esta vez de día. No he podido dormir. Ayer, durante toda la tarde, Whitney y yo sólo pudimos observarnos e intentar hablar sin saber qué decir. Ella me dijo que quería dejar algo pero no sabía el qué. Entonces me levanté, fui a la habitación en busca de su cámara, y cuando volvimos le pregunté otra vez si podía tomarle una foto. Como ella no se negó, le dije que me mostrara el único lugar en el que jamás había tenido el coraje de ser capturada, sea la razón por la que sea, y me llevó hasta la parte trasera de la casa, en donde todo estaba roto.

Me explicó que era la única parte de toda la casa que aún necesitaba arreglos, y que quería que tomara su última foto en ese lugar. Sólo una. Y que, saliera como saliera, esa sería la última. Entonces me alejé, la enfoqué, y ni siquiera me preocupé en ver el resultado. A ella tampoco le importó mucho. Solo volvimos a la casa y ella, como yo, tomo uno de los lápices y escribió como siempre en la parte de abajo.

No me atreví a preguntarle por el significado de ese lugar. Ni siquiera a preguntarle qué había escrito.

Yo tenía, y sigo teniendo, un simple plan que pienso cumplir al pie de la letra. No sé si voy a equivocarme, pero es lo último que puedo hacer para ser el héroe que he intentado ser desde que tengo uso de razón. No me cuestiono si es lo mejor, o lo conveniente... sólo me digo que tengo que hacerlo.

Tengo un papel en mis bolsillos y la idea en mi cabeza. Ahora espero poder llevarla a cabo.

Cuando todos despiertan ya es demasiado tarde. La abuela de Whitney vuelve a cocinar una de sus, al parecer, famosas tartas de verduras y almorzamos mientras guardamos nuestras cosas y organizamos la casa para dejarla en orden.

A eso de las una, Chayce comienza a subir los bolsos al coche. Y parece difícil de creer que así comienza a terminarse todo: las oportunidades, el tiempo, las esperanzas. Ellos no tienen idea de nada, no saben lo que Whitney y yo si sabemos y, por fin, podemos aceptar luego de una noche de hablar y hablar: no se puede cambiar lo que va a ocurrir. No existen los "¿Y si...?". Las cosas están escritas, estas oportunidades no deberían existir, y todo va a volver a ocurrir por segunda vez en la vida.

Whitney y yo observamos en silencio cómo transcurren las cosas. Chayce subiendo las cosas, la abuela terminando su tarta, el abuelo quejándose de las nubes que se aproximan, el padre de la familia diciendo que llegarán antes de que la primera gota caiga... y cosas como esas, cosas que yo sé que ya ocurrieron pero que mi amiga no puede recordar. Sucede de nuevo, tal y como lo recuerdo, pero no de la misma forma, no desde la misma mirada para mí.

Es el día del accidente pero ya no es inesperado para mí.

A las una y veinte, estamos listos. Antes de que alguien sea capaz de subir, tengo mi mochila conmigo y lo hago primero: justo en el medio, entre la abuela y Whitney, quien ahora va a mi izquierda. Tomo aire, cierro los ojos y escucho lo que los demás dicen sin saber qué está ocurriendo en realidad. Así me he sentido desde que desperté, y sé que así de perdida también se siente mi amiga porque cuando saco el papel que tenía conmigo nadie, ni siquiera ella que suele ver cada detalle, se percata.

Partimos. El coche comienza a sacudirse, avanzamos y llegamos a la carretera. Las nubes se cierran sobre el coche, el camino parece despejado, nadie viene por ningún lado. Mi corazón late deprisa pero tengo las palabras conmigo, tengo la idea, las cosas están sucediendo como yo planeaba que sucedieran. Cuando menos me lo espero, la primera gota cae en el espejo retrovisor, y escucho el exabrupto del padre de Whitney.

—¡Maldita sea!

Entonces busco la mano de mi amiga y la tomo. Con fuerza. No sé de dónde consigo las agallas para permanecer normal, o al menos tranquilo, ante todo lo que está ocurriendo exactamente como sé que va a ocurrir.

El destino fue claro en lo que ocurrió la última vez: cuatro personas mueren, una se salva y tiene que vivir con todo esto, o al menos luchar para sobrevivir, lo que sea. Como tenga que ser. Pero lo que escrito está, así se queda, las palabras no van a borrarse.

Cuando la tormenta se desata y ya no vemos nada, cierro mis ojos. Compruebo que las cosas sucedan como deberían suceder, me pregunto si va a doler demasiado, y me repito que eso da igual. No quiero sonar hipócrita hablando de esto como lo estoy haciendo, pero las palabras no pueden describirlo todo. O quizás sí, pero estoy a punto de morir y sólo puedo pensar en mis dedos tomando los de Whitney, en mi mano disponible sosteniendo el papel con mi último mensaje, y en nada más. No importa la expresión de la abuela mientras observa nuestros dedos entrelazados, tampoco la expresión del abuelo, ni siquiera el entrecejo fruncido de Chayce Dixon.

Allá vamos.

Aquí viene.

Mis ojos cerrados, mi mano tomando la de ella. La lluvia, nada más, esto es suficiente. El tiempo avanza pero no nos arrastra, el reloj marca las tres y media y nadie lo sospecha. Nuestras madres nos esperan y me gustaría poder decirles que lo siento, que... no tengo palabras, pero he pensado mucho en ellos, en el dolor que va a quedar para siempre en sus corazones. Pero no voy a irme, nunca voy a abandonarlos, no más. Voy a darme la oportunidad de responder, de tener la capacidad de escuchar y de ser escuchado.




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