Pasaron catorce frías noches, con una luna que iluminaba cada ojo que la viese. Única bajo un cielo estrellado que deleitaba la vista de cualquiera.
El reloj posicionado en las cinco de la mañana con cincuenta y nueve minutos, anticipaba la hora para que Vita comience su día. No faltaba mucho y el sol comenzaba a dar sus primeros rayos de luz sobre la ciudad donde ella vivía, las estrellas se ocultaban avergonzadas de la inmensa luz que este desprendía, y en los árboles se despertaban los cantos de las aves que se comunicaban entre ellas.
—¡No me interrumpas! —gritó Vita a la vez que apagaba su alarma como despertador— No se puede soñar dos veces la misma cosa, ¡En el mismo día!
Era muy notorio que tuvo un sueño increíble del cual no quería despertar. Pero la realidad tocaba la puerta cada mañana.
—¡Señor T!
Pasaron unos segundos.
—¡Señor T! —repitió.
—¡Ya! —respondió— Cielos, ya llegué.
Vita se levantó de su cama con un sentimiento pesado, sus ojos algo hinchados por tanto dormir, tenía el cabello despeinado y le faltaban ganas de querer comenzar un día nuevo.
—¿Vita? —la miró.
Ella subió la mirada en forma de respuesta, al parecer no tenía ánimos ni para abrir la boca.
—Eres un asco —comentó el Señor T—. Mírate, cielos.
T, abrió las cortinas del cuarto de Vita, haciendo que el sol alumbre toda la depresión que se olía en esa habitación.
—¡No! —se volvió a acostar sobre su cama con sus sábanas sobre su cara— ¡Quedaré ciega! ¡Moriré ciega!
El grito no sonaba tan fuerte, pues las sábanas y sus manos que estaban sobre su cara impedían que el sonido sonara muy fuerte.
T, miró el reloj y en un parpadeo ya eran las siete de la mañana. Había olvidado que el tiempo no respeta a nadie.
—Cielos. ¡Vita! —apresuró T— ¡Levántate niña! Llegaremos tarde.
No podía tocarla, pero podía moverla. Primero comenzó levantando su ropa del suelo, uno por uno, a la vez que creía que no podría haber tanto desorden en un cuerpo tan pequeño como el de ella. Y, mientras la llamaba para que se aliste para irse a sus clases, ella se encaminaba directamente a un sueño nuevo. Pero al ver como ella ignoraba cada palabra del Señor T, él decidió hacerlo por ella. Abrió su closet, sacó un conjunto de ropa al azar, estiró su mano hacia el otro extremo de la habitación donde estaba su cepillo dental y todos esos artículos de aseo.
Con la mano estirada, chasqueó los dedos y posteriormente levantó su dedo índice de su misma mano con la que había chasqueado.
—Ustedes, síganme —hizo un gesto. Como si esos artículos de aseo tuviesen vida propia.
Los artículos, se levantaron de ese mismo lugar y comenzaron a seguirlo mientras el Señor T, caminaba de un lado a otro por la habitación buscando las cosas que Vita tenía que llevar a sus clases.
T, volteó a ver a Vita y ella seguía en la misma posición. En su cama, con sus sábanas sobre su cara, sus manos igualmente en la misma posición con la que había estado desde que el Señor T había abierto la cortina.
—¡Vita! —extendió su mano señalándola desde un lado de la habitación.
T, chasqueó los dedos y con el mismo gesto que hizo con los artículos de aseo, levantó su dedo índice e hizo que ella se levante de su cama.
Vita estaba dormida, pero cuando T la elevó de su cama, comenzó a abrir los ojos mientras se quejaba de que por qué era obligatorio ir.
El Señor T, abrió la puerta de la habitación y miró por los pasillos para ver si se acercaba alguien. Y, al ver que por los oscuros pasillos con luces apagadas no se divisaba a nadie, salió de la habitación, dio cinco pasos cruzando el pasillo y en puntas. Pues estaba tan concentrado en ayudar a Vita, que había olvidado que aunque él gritara, nadie podría escucharlo.
Abrió la puerta del baño y entró, volvió a ver por los pasillos para ver si no había nadie por allí. Chasqueó los dedos y Vita junto a sus artículos de aseo, pasaron flotando por medio del pasillo con dirección al baño.
—Oye, T —susurró con ojos entreabiertos y en un tono desorientado—. Me muevo, pero no siento que mis pies caminen.
—¡Shh! —respondió— Deja de quejarte y rápido, despierta.
Ya en el baño. T, le dio la ropa que había sacado del closet y puso su cepillo dental dentro de su boca.
—Tienes cinco minutos —volvió a susurrar—. Te espero abajo.
El golpe que se escuchó cuando El Señor T cerró la puerta fue lo suficientemente fuerte para que Vita despertase y tome conciencia de que ya se había despertado. Pero cuando abrió los ojos, no observó más que un color sólido, en el cual no se distinguía de sombras o luces.
—¡T! —gritó—Cielos... ¡T!
—¿Vita? ¿Qué ocurre? —apareció preocupadamente.
—Tengo miedo...
—¿Miedo de qué? —respondió a la vez que la observaba de lejos.
—No puede ser—comenzaba a querer llorar—. No veo nada, estoy ciega. Lo había dicho de broma cuando abriste las cortinas. Pero no veo nada. Mis ojos...están abiertos, y no veo. T, ayúdame.
T, se acercó a ella, a lo que ella sintió cada paso que él daba. Estaba nerviosa, no quería levantar sus manos por miedo a tocarlo. Tampoco dijo una sola palabra, pues el miedo la abrazaba fuertemente.
—Vita...
—¿Sí? —susurró Vita.
—Lleva tus manos sobre tu cabeza... ¡Y quítate la sudadera!
Vita tocó su cabeza y efectivamente, tenía su sudadera morada sobre su cabeza. Ella la agarró y cuando la retiró, sus ojos se contrajeron cuando se asomaron a los rayos de luz, y asombrada se quedó mirándose a sí misma en su espejo de baño.
T, le comenzó a repetir a Vita que dejase de estar parada mirándose como tenía su cepillo de dientes en su boca, y se apurara, pues él nunca había llegado tarde a ningún lugar, y no lo haría estando con ella. T, volvió a cerrar la puerta del baño y desapareció.
Apresuradamente, Vita se quitó la ropa con la que suele dormir, y al mismo tiempo que se cambiaba de ropa, tenía que cepillarse los dientes, peinarse y lavarse la cara.