El día en que mi reloj retrocedió

1. Lo que fuí

Colgué el teléfono mientras forzaba una sonrisa que esperaba se hubiera reflejado un poco en mi conversación...

Suspiré resignada...

Había sido rechazada de un nuevo trabajo... y por triste que sonara a estas alturas de mi vida ya no me sorprendía.

Y no es que fuera muy vieja... no. Pero a mis casi 30 años ya había sido rechazada de casi todas las buenas empresas que conocía: PepsiCo, L'Oréal, Nestlé, Coca Cola y esta vez me había tocado recibir la negativa de Unilever.

Siempre había sido una excelente estudiante, y trataba de ser una buena hija y de dar ese extra... con la esperanza de cosechar a futuro... pero nunca era suficiente. La tierra de mis sueños parecía decidida a mantenerse tan árida como siempre.

Había nacido sin estrella.

Mis ojos se empañaron a pesar de mis suplicas por contenerse, provocando que me entrara un poco de la crema bloqueadora que utilizaba con diligencia a diario en un último intento por cuidar mi piel.

Como pude llegué al baño de la empresa para enjuagarme la cara utilizando mi jabón dermatológico especial, cuyo hogar habían sido mis diferentes bolsos de mano a lo largo de los años...y a pesar de que lavé mi rostro varías veces... no logré impedir que los restos del rímel le mostraran el sendero a mis lagrimas... un sendero bastante sinuoso gracias a mis prominentes y profundas marcas de acné. Marcas que me habían caracterizado desde que había iniciado mi dramático viaje por el camino de la pubertad, hacía bastantes años.

Mismas marcas cuyo esfuerzo por destruir mi seguridad y autoestima había sido por demás, exitoso.

En este mundo superficial cuya carta de presentación es un lindo y terso rostro, el mío se había arruinado para siempre y no había forma de repararlo.

Porque no existían las cremas milagrosas, ni los remedios caseros efectivos, ni las pastillas mágicas o los ungüentos misteriosos de antaño. Lo había intentado todo... y todo había fallado.

Las cicatrices de mi cara, eran también un triste reflejo de mi alma... solo que en ella, algunas llagas jamás cicatrizaban del todo.

Me miré fijamente y me vi... me vi otra vez a lo largo del tiempo...

"¡Que desperdicio! Eres muy bonita pero... apenas y se nota tu cara..."

"Cuando eras un bebé estabas súper bonita y bueno... aún lo estás pero ESTABAS suuuuper"

"Que niña tan bonita ERAS..."

"Mejor no uses maquillaje... es que aunque es poco parece mucho..."

"Dijo que le recordabas a la luna... por sus cráteres..."

"Tú familia es de nariz grande pero los que te dicen lorita ni lo notarían si no fuera por... bueno, ya sabes... ¿por qué no te cuidaste más?"

Había días en que los comentarios o las miradas pasaban como un evento totalmente desapercibido, porque hay cosas que uno termina normalizando, pero también había días que se sentían como si fuera la primera vez que escuchaba esas cosas.

Y a veces también me dolían mis padres... y su ignorancia y ganas de ahorrarse unos cuantos pesos, llevándome por el camino de la superstición y la charlatanería cuando había empezado mi problema.

Se que sentían culpa... pero también sé que jamás habrían podido pagar un dermatólogo... siempre habíamos estado muy apretados, y con el mayor de sus esfuerzos fue que nos dieron a mi y a mis hermanos una carrera.

Una carrera que odiaba y en la que por lo visto, no era lo suficientemente buena a los ojos de todas las empresas que me habían rechazado ya.

Me limpié los ojos con el puño de mi saco... ¿que más daba esforzarse por mantener mi imagen si de todas formas ya me habían rechazado sin dejarme si quiera concluir la entrevista? No era tan ingenua como para comprarme los pretextos baratos, aunque me hubiera gustado serlo... pero cuando los escuchas tan seguido como yo lo hacía, aprendes a identificarlos y a actuar como si no lo hubieras hecho.

Me acomodé la bolsa y tomé mi bastón...

Aquel nuevo amigo, que había llegado a mi vida para quedarse, gracias a un accidente de tránsito en el que, como por instinto, había decidido recibir el golpe en vez de que lo hiciera mi prometido.

Pude sentir dibujarse una sonrisa discreta en mis labios en cuanto llegó de visita a colorear un poco mis pensamientos. También me provocó sentir aquel calorcito muy dentro del pecho que experimentas cuando quieres mucho, muchísimo a alguien...

Él...

La única persona en el mundo capaz de hacerme sentir hasta las estrellas y muy muuuuy afortunada de ser yo, a pesar de todas las malas rachas y los espirales sin fin de mi vida.

Bien dicen que el amor es la droga más poderosa y adictiva. Y no se equivocan también cuando afirman que es el mejor de los analgésicos.

Claro está, si es que no se convierte en una serpiente cuyos colmillos afilados, en un abrir y cerrar de ojos, deciden morderte directo al cuello. Y no lo sueltan hasta terminar de soltar una clase muy diferente de veneno.

Un veneno que no te termina de matar pero que tampoco te deja vivir... un veneno que te lleva directamente al limbo emocional del que todos estamos aterrados.

Y sin saberlo... aquel limbo llevaba algunos meses esperándome de brazos abiertos.




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