El día en que mi reloj retrocedió

2. El veneno que no quise ver

"¡Helena! Gordita... ¿Como te fue en la entrevista?" -gritó con efusividad Daniel, mientras se aproximaba a mi con una sonrisa que me hacía olvidarme de casi todo. Su presencia era luz...

En aquel entonces jamás de los jamases (ni por más obvio que fuera) hubiera podido descubrir sus verdaderas razones para estar conmigo. El era mucho para mí... y cualquiera podía verlo sin esfuerzo...

Media alrededor de 1.85... tenía unos ojos color almendra con pequeños destellos verdes que aparecían o desaparecían dependiendo de la Luz y de los colores de los que decidiera rodearse... su mandíbula era bastante masculina y a su vez lo suficientemente fina como para darle el total protagonismo a sus ojos, sus pestañas eran largas y espesas; de un color un poco más oscuro que su cabello ondulado y ligeramente despeinado dándole poca importancia a su apariencia... como buen artista.

Daniel venía de una de esas familias que han tenido muchísimo dinero desde siempre, una familia de médicos reconocidos de Toluca... "Los Robles", dueños de algunos hospitales en todo el país y alguno que otro negocio en crecimiento.

Jamás le había faltado nada...

Había ido a las mejores escuelas... hablaba por lo menos 4 idiomas... y tenía ese don de caerle bien a todo el mundo.

Pero Daniel había decidido ir a contra corriente. Había escogido los retos y los obstáculos si aquello implicaba encontrar su propia felicidad. Había nacido valiente.

Y era realmente bueno en lo que hacía... a pesar de que el resto del mundo aún no se hubiera dado cuenta.

Me encogí de hombros.

"Me rechazaron de nuevo... ni siquiera quisieron seguirme escuchando... me dijeron que algo se había presentando y que ellos me llamaban... pero de los 5 candidatos solo me lo dijeron a mí... los otros 4 continuaron la entrevista y las evaluaciones sin problemas".

Su frustración era evidente. Propia. Así de mucho debía quererme. Le busqué la mirada mientras lo abrazaba...

"No te pongas así... las grandes empresas buscan una imagen y pues... yo no la tengo. Creo que debo dejar de ser tan ambiciosa y buscar puestos de trabajo que vayan más conmigo..."

"Supongo..." -Contestó a secas.

No me di cuenta de que no me regreso el abrazo... Tampoco me di cuenta de que hacía muchos abrazos cuyo único participante era yo...

Había muchas cosas de las que no me daba cuenta porque así de ciega estaba por él. Así de duro me había golpeado lo que sentía. Así de grandes eran mis ganas por justificarle cualquier acción en mi cabeza para mantenerlo contento.

"Vamos a comer algo ¿vale? Las cosas se tienen que acomodar... todo encuentra su lugar eventualmente... algunas cosas tardan más pero lo hacen, te lo prometo" -le dije en un intento por consolarlo. No resultó del todo pero después de pensárselo un poco asintió.

Le tome la mano mientras caminábamos.

Él no tomo la mía.

Debía ser duro amar tanto a una persona al grado de sentir sus tragedias como propias...

Yo: Helena Candiani, era una mujer muy pero muy afortunada.

Llegamos a Karma Snacks, uno de sus lugares favoritos.

Saqué mi cartera.

"No te preocupes, yo pago... sé que la vida de un artista emergente es dura y obviamente no quiero que porque tenga un mal día, después te las estés viendo negras..."

No me contestó.

Pedimos lo de siempre.

No cruzamos otra palabra durante aquella tarde.

Nuestra conexión trascendía las conversaciones habituales, sé que con solo estar cerca nos entendíamos.

La ingenuidad tarda en doler, pero cuando duele... mata.




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