El día en que mi reloj retrocedió

6. Una nueva vida

El tener que habitar un cuerpo de recién nacido, teniendo una mente de casi 30 años de edad fue de las cosas más difíciles que he hecho en la vida... como ya mencioné, mi cuerpo se sentía como una gelatina (sin ser tan metafórico como me gustaría) y no podía hacer absolutamente nada  NADA por mi misma. Ni siquiera eructar.

Comprendí que llorar era un necesario, y más de una vez me quede dormida del cansancio que me provocaba llorar... me sentí inútil, demasiado dependiente y muy culpable de los desvelos que le ocasione a mi madre por culpa de mi metabolismo acelerado... tan característico de mi nueva edad.

Y mientras dormía para comer y comía para dormir... comencé a pensar en todas las posibilidades que tenía frente a mis narices, pero también una cierta presión comenzó a caer sobre mis hombros de una manera cada vez más y más fuerte. Una presión que había llegado para quedarse.

Tenía que prepararme para el futuro... tendría que hacer todo lo que estuviera en mis manos para que yo, mis padres y mis hermanos que aún no habían nacido, tuvieran una mejor vida... y todo dependía de mi, y de todo lo que me las ingeniara para hacer desde mis zapatos.

Gracias a que en mi vida pasada había estudiado psicología, conocía a la perfección el desarrollo cognitivo de la infancia, lo cual me sirvió del todo para no sorprender y atemorizar a mis padres con acciones inapropiadas para una personita de mi edad.

Por supuesto que una vez que pude gatear, de vez en cuándo me daba el lujo de leer el periódico o de poner atención a cualquier cosa que mis padres estuviera viendo en la televisión (ya que el internet apenas estaba por popularizarse), pero en cuanto me pillaban, para combatir su rostro de extrema extrañeza tenía que romper algo cercano, comerme algo que no debía o vomitar sin razón aparente... y bueno, digamos que aquello me costo unas cuantas idas de emergencia al pediatra... tampoco puedo jactarme y decir que valió la pena por completo. Pero si el único entretenimiento de ustedes hubiese sido una sonaja y un cassette con 10 canciones de cricri cuyo único propósito era ser repetido hasta el cansancio... a diario... les puedo asegurar que habrían hecho lo mismo.

Y así pasaron tres años...

Me volví toda una rocola de canciones infantiles pero también comencé a perfeccionar mi plan mentalmente hasta que llegó el tan esperado momento de llevarlo a cabo...

Tenía tres años la primera vez que hice algo que provocó un gran impacto en mi vida.

Mi mamá estaba embarazada de mi hermana. Yo sabía que sería niña así que trate de decírselos hasta el cansancio sin mucho éxito: de todas formas compraron cosas azules y con carritos bordados...

Parecían muy adelantados para su época... en unos 20 años el hacer eso sería motivo de admiración"¡Bravo señores Candiani! ¡Se merecen todos los aplausos del mundo por no dejar que un color defina el género de su segunda hija!"

Mis pobres padres. Para su educación y época el vestir a una nena de azul era motivo suficiente como para que se preocuparan con muchos años de antelación sobre las preferencias sexuales que tendría su bebé al crecer...

En fin...

Mi papá comenzó a ausentarse; tenía una amante; su secretaria.

Una joven mujer de tez morena, cabello chino y esponjado, y labios de carpa pintados siempre de carmín. Aquella fue una relación que jamás terminaré de entender... mi padre era pobre y no precisamente guapo, ella tampoco era guapa pero sí lo suficientemente joven como para pescar un pez más gordo... en fin.

Me di cuenta antes de todo el mundo debido a que lo único productivo que podía hacer con mi vida hasta el momento, era observar, comer y observar mientras comía. Me di cuenta mucho antes de que cualquier otra persona lo hiciera.

Y cierta noche, en la que llegó casi de madrugada se me ocurrió esperarlo sentada, recargándome en el pretil de la puerta de la entrada, y aunque el cansancio parecía estar ganando la batalla en mi contra, porque al final de cuentas, tenía la resistencia de una pequeña de 3 años... mi terquedad y resolución eran mucho muchísimo más grandes.

Lo escuché estacionar su auto, acomodó un par de cosas dentro y luego bajo para así abrir la puerta con la mayor de las cautelas.

Casi lo mato del susto al verme, lo sé porque dejó caer su portafolios de un salto, y sus enormes lentes de fondo de botella cayeron al piso.

"¡Mi amor! ¿Qué haces despierta a esta hora? ¿Y tu mamá?" -preguntó mientras me daba la mano para ayudarme a ponerme en pie.

"Mamá duerme, yo te estaba esperando..." -le dije fingiendo un bostezo aunque el cansancio era real... pero el bostezo era necesario para que el lo notara.

"Vamos a dormir, vente... No me vuelvas a esperar, papá trabaja mucho y a veces va a llegar muy muy tarde" -me contestó mientras tomaba uno de mis mechones de cabello y lo colocaba detrás de mi oreja.

"Es que me da miedo que un día ya no vengas conmigo..." -le dije, con la mejor cara de tristeza que pude fingir, la verdad es que por aquel entonces no era la mayor de las actrices pero si algo tenía a mi favor era la típica inocencia de un niño, y también el hecho de que yo era la persona a la que mi papá más amaba en la vida.

"Yo siempre voy a venir Helenita, esta es mi casa y aquí estás tú..." -me contestó sonriente.

"Soñé que me cambiabas por otra persona y que la querías más" -le dije mientras lo abrazaba del cuello "pero papito, nadie en el mundo te quiere más que yo... ni siquiera Ana"

Así es. Ana era el nombre de su joven secretaría.

Su semblante cambió en cuestión de segundos; pude ver tristeza, sorpresa, culpa y decepción... todos a la vez. Nunca en toda mi vida había visto a mi padre hacer esa clase de expresión.

Sentí un poco de culpa...

Tragó saliva en un pobre intento suyo por contener sus lágrimas....

"N-no-n-n-no mi amor... yo nunca voy a querer a nadie más de lo que te quiero a ti y te prometo que ahora voy a llegar a casa lo más temprano que pueda para verte" -me dijo mientras me regresaba el abrazo y acariciaba mi cabello, en un auto consuelo disfrazado de madurez.




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