El día en que mi reloj retrocedió

8. Déjà vu

Puede que nuestro encuentro haya estado predestinado... pero también pudo haber sido algo fortuito... de lo único que estoy segura es que aquel día marcó nuestras vidas para siempre y también de que de haberlo sabido, ambos lo habríamos evitado con todo nuestro ser... al menos yo sí.

Mi vida era todo lo mejor que podría esperar para el momento y por aquel entonces.

Conseguí entrar a las mejores escuelas gracias al haberme promovido como una "niña genio con una asombrosa capacidad para retener idiomas" de genio no tenía nada por supuesto y mucho menos de niña.

No obstante jugué con esa etiqueta aceptando gustosa el papel ¿y por qué no? Eso les dio a mis padres la holgura económica suficiente como para hacer una casa pequeña pero que cumplía a la perfección con todas nuestras necesidades en un bonito fraccionamiento residencial.

Jamás tuvieron que volver a invertir un peso ni en mi colegiatura ni en la de mi hermana... nos vendíamos solas porque obviamente también le había hecho creer a Sil que era una niña genio, y se la había tragado tooodaaaa.

Y detrás de eso, bueno... había largas larguísimas jornadas de estudio en las que casi quería matarme pero su admiración por mí "su increíble hermana mayor" era mucho más grande... de nada.

En fin, gracias al hecho de haber conseguido dominar el inglés a pasos agigantados y el casi dominar el francés, y a mi bien cimentada reputación de "niña superdotada" conseguí entrar en tercero de primaria a esta prestigiosa escuela en la que usualmente solo asistían los hijos de los plutócratas mexicanos... y yo, que de cierta forma les servía de publicidad, porque incluso el padre de familia más mamón, especial y soberbio no era precisamente enemigo de la idea de que su descendencia tuviera contacto cercano con una "niña genio" Quién sabe... Igual y algo de esa genialidad se les pegaba a sus hijos.

Aún recuerdo a la perfección la primera vez que llegué a esa escuela "Las hermanas de la Merced", católica por supuesto, como todas las cosas elitistas en México.

A la entrada te recibían con un enorme e impecablemente bien cuidado, jardín que rodeaba a una preciosa y meticulosamente esculpida, figura de mármol de la virgen María, blanca e inmaculada, las letras doradas en el piso, semi acostadas, pulidas a la perfección y listas para reflejar la luz del día formaban su buen nombre: "Colegio de las hermanas de la Merced" escrito en cursivas... y el exquisito camino peatonal adornado con piedras de tamaño y color similar por los bordes, buscaba darle ese toque hogareño al lugar.

Mi hermana tomaba mi mano temerosa, escondiéndose detrás de mi en cada oportunidad... han de saber que Sil, siempre fue la Encarnación misma del cuento del patito feo... pero que su metamorfosis no llegaría hasta después de pasar la secundaria y con ella, toda su seguridad... por lo que me había propuesto estar al 100% ahí para ella, en sus momentos más vulnerables, hasta que llegase SU día.

Y sí, a sus tiernos 5 años, la que se volvería toda una belleza, tenía la apariencia de una nena regordeta, con un par de lentes de fondo de botella y marco grueso, adornados con cadenitas de colores con efecto brillantina y unos pequeños pero bastante bien cuidados; dientecillos de ardilla, que distinguían su sonrisa con solo un par de braquets colocados justo al centro... era la conejita gordinflona perfecta.

En cambio, yo había decidido cortarme el cabello casi como el de un chico, por la pereza que me daba tenerlo que desenredar a diario ya  que mi cabello era crespo y rebelde en exceso, mi complexión era delgada gracias a que trataba de cuidarme y mi nariz, prominente como siempre, sin embargo aún no empezaba mi problema de acné (y esperaba que jamás lo hiciera) por lo que, en estos momentos de mi vida, mi apariencia era la de una niña de 8 años promedio, con un aspecto que no destacaba en absoluto; ni de forma positiva ni de forma negativa, y aquello por supuesto que me satisfacía. Destacar por mi aspecto físico en cualquiera de los sentidos era algo que me aterraba.

En fin, nos aproximamos de la mano, a la dirección ya que la perfecta de la escuela "Miss Angeles" (como si sus padres la hubieran bautizado con la consigna de que su propósito en la vida fuera ser perfecta de una prestigiosa escuela católica), nos acompañaría en nuestro tour escolar, pre inscripciones, etc.

"Esta es la cafetería...blabla"

"Esta es la biblioteca...blabla"

"Salón de computo... blabla"

"La capilla que por si en vez de jugar con otros niños prefieren ponerse a rezar... blabla"

"Cada mes hacemos un rally bíblico que por si aún no odiabas lo suficiente los deportes... blabla"

"Y en este pasillo..."

De repente y de la nada, sentí un hormigueo recorrer todo mi cuerpo como un relámpago y guiada únicamente por mi instinto, moví mi brazo lo más rápido que pude para empujar a una persona que justo estaba parada a nuestro lado en ese preciso momento.

La persona cayó al piso con un quejido y pocos segundos después cayó una pesada maceta de Talavera justo en donde había estado segundos antes, haciendo un aparatoso sonido al momento de romperse.

Miss Angeles y mi hermana me miraron atónitas y completamente boquiabiertas, mi inexplicable reacción había sido rápida y efectiva pero también ilógica del todo.

Me encogí de hombros y proseguí a decir lo primero que se me ocurrió, afortunadamente ya tenía practica inventando falsas pero creíbles excusas.

"Desde hace rato estaba viendo que la maceta se tambaleaba y sentí que se iba a caer y no pensé mucho..."

La persona a la que había empujado se puso de pie— "Pudiste habérmelo dicho en vez de empujarme" —exclamó mientras se volteaba hacia nosotras— "me rompiste la boca."

Me le quede viendo perpleja.

Era un niño de unos 10 años, con el cabello café chocolate, ojos color pistache con dorado y piel blanca pero evidentemente bronceada por el sol, producto de ello, algunas pecas juguetonas que se esparcían por su rostro con discreción.




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