El día en que mi reloj retrocedió

14. Detonante

La primera vez que viví mi vida como Helena Candiani no tuve la oportunidad de conocer a la mamá de Argelia... porque nos encontramos demasiado tarde.

Tampoco pude conocerla a través de ella, porque la forma que había encontrado de lidiar con la situación era actuar como si no hubiera existido jamás y si por alguna razón llegaba a salir a tema sonreía de forma evidentemente forzada mientras se excusaba para huir de la manera más educadamente posible, pero rápida... después de todo eso de lo "políticamente correcto" lo traía tatuado hasta la médula.

Aún así poco a poco, me fui dando cuenta lo mucho que significaba para ella, todas esas tardes en que la descubrí viendo a la gente sin verla realmente, como tratando de imaginar el lugar en el que creía que se hallaba, como queriendo encontrar una parte de ella en todas esas personas, como intentando inútilmente de retener un montón de arena con las manos desnudas... y a veces... solo a veces... esos pequeños granitos del tamaño de nada, a los que se aferraba por unos segundos llegaban a iluminarle brevemente la vida...

Porque esa mujer de allá tenía una voz parecida...

Porque la vendedora del Outlet la había rociado con su perfume favorito...

Porque el sonido que hacía esa mujer del restaurante al tomar café era idéntico...

O porque alguien había comenzado a tararear esa canción...

Perder a alguien que amas es durísimo... pero no tener un cuerpo para despedirte, una tumba a la cuál llorarle, o una foto que utilizar para hablarle al cielo... es algo que no le deseo a nadie. Es dejar una puerta entrecerrada, es no dejar morir una esperanza que sofoca, es aferrarte con las pocas fuerzas que te quedan al extremo de una cuerda rota.

Pero en esta ocasión pude conocerla... ¡Y cuanto me alegra haberlo hecho!

Su nombre era Ana, y era una mujer tan joven y bonita que costaba creer que ya fuera una mamá de una niña de 8 años. Siempre traía los labios pintados color rojo coral, su cabello era castaño oscuro pero se lo pintaba de un rojo más bien apagado, lacio... lo traía a los hombros. Tenía una nariz alargada pero fina, con un puente que parecía resbaladilla... y sus cejas eran curveadas y muy delgadas, pero no sé si así eran naturalmente o sí las depilaba con diligencia para seguir las tendencias de belleza de la época.

Y a diferencia de muchas otras mamás de aquel sector social, que decoraban sus hermosos cuerpos de gimnasio y cirugía con las mejores marcas, ella vestía ropa con dibujos de los personajes favoritos de Algeria.

La primera vez que la vi traía un vestido de pana color azul marino con un pequeño Winnie Pooh bordado en la bolsa del busto, unas medias semi transparentes y unos mocasines negros de charol decorados con un pequeñísimo moño de gamuza.

Lo recuerdo muy bien porque fue de esas veces en que no te das cuenta de que tu mente está tomando una fotografía... como el inconsciente supiera "Ah. No debo dejar que mi cabeza se olvide de esta persona por nada del mundo".

Eso solo me pasó dos veces en la vida... y esta fue la primera.

Pienso que se dió cuenta de que la estaba viendo porque casi por inercia volteo para sonreírme, con la intención de satisfacer lo que ella creía que era tan solo la curiosidad de una niña. Sus dientes eran bonitos naturalmente, alineados pero sin el rigor que impone un tratamiento de ortodoncia.

"¡Hola!" —me dijo mientras se acercaba, haciendo un sonido hasta cierto punto un tanto melódico, con los diminutos tacones de sus mocasines. —"¿Como te llamas?"—me preguntó.

"Helena..." —le contesté odiándome a mi misma por no saber qué más decirle.

"¡Helena!" —quiso pronunciar con su propia voz mi nombre de manera efusiva —"Como Helena de Troya" —observó dándose cuenta casi al instante de su comentario poco acertado al intentar elogiar a una niña de mi edad utilizando a un personaje mitológico —"Era una princesa" —me aseguró.

No pude evitar sonreírle. Soy un ratón de biblioteca señora, obviamente sé quien es Helena de Troya. Pero por supuesto no le dije eso.

"También me gusta Winnie Pooh" —le dije, tratando de hacerla sentir más cómoda.

Sus ojos marrones brillaron como sintiendo ternura.

"A Algeria también te gusta mucho Winnie Pooh" —me confesó mientras su rostro se iluminaba de una forma que solo puede suceder cuando se está hablando de un hijo —"¿Es tu amiga?" —quiso saber.

"Iughhh... no. No somos amigas."—se apresuró a contestar Algeria mientras aparecía por detrás cruzándose de brazos.

Si las miradas mataran...

"¡Argelia!" —su mamá la reprendió dirigiéndome una mirada que deseaba disculparse.

"¿Qué? ¡No es mi amiga! Además todos dicen que es tan fea como un moco. Yo no quiero amigos que parezcan un moco y meeeenos un moco café." —Argelia me barrió con la mirada con disgusto.

Y su pobre madre no sabía dónde esconderse de la pena, mientras cubría inútilmente su propia boca, deseando haber tapado la de su hija unos segundos antes.

Creo que nunca me he descrito ¿verdad? Bueno, para empezar... mis padres son de ascendencia totalmente diferente ya que mientras mi padre viene de sangre mezclada de Italianos y Españoles, mi madre viene de un clan de indígenas Huicholes. Así que he ahí la explicación de porque mientras mis hermanos poseen rasgos más bien caucásicos (como casi todas las familias de los niños que asistían al colegio) mi apariencia era totalmente diferente... y hasta cierto punto contrastante.

Mis ojos son color café, simples y oscuros... me gustan porque son alargados y grandes además de que mis pestañas son bastante espesas lo que los hace parecer aún más grandes, mi cabello es crespo y negro y por más que lo cuido siempre encuentra la forma de salirse con la suya y revelarse... mi nariz... bueno, ya saben... el marco de mi cara es más bien redondo y mis labios son medianos en todo sentido... mi color de piel es morena clara y para mi mala suerte aún estamos situados varios años antes de que las morenas comenzaran a ponerse de moda.




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