El día en que mi reloj retrocedió

34. El museo

"Y fue un secreto difícil de digerir, de esos que llevan tanto tiempo ocultos bajo las sombras, que las arañas han comenzado a tejer un manto para envolver los cadáveres"

"¿Problemas en el paraíso?" —rió Fobos mientras apoyaba el antebrazo sobre el respaldo de uno de los asientos del autobús para inclinarse hacia adelante. Sus chinos marrones le cayeron con espesor sobre la frente, acentuando una mueca de picardía.

"No empieces" —advirtió Verónica, lanzándole una mirada asesina.

"¿Qué?"—espetó Fobos riendo aún más—"Ver al niño dorado peleando con su esposa es lo mejor que nos ha pasado en siglos"

"¿Y yo por qué tengo que ser la jodida esposa de mierda?"—gruñó Deimos, quien dos filas atrás, cual soldado desterrado, no compartía asiento con nadie. Sus ojos azules brillaban con intensidad y molestia.

"¿Y entonces quién mierda quieres ser? ¿Mí mascota?" —cuestionó Alan girándose un poco para regalarle una mirada que desbordaba desdén—"¿O mi sombra?"

"Ahhhh"—se quejó Verónica mientras palmeaba sus piernas con frustración, dejando escapar un mechón de cabello dorado de su diadema—"En verdad..."—se encogió de hombros—"No entiendo qué sucedió entre ustedes cómo para que estén así, pero si Max te volvió a ganar en la carrera de 100 metros, creo que lo estas llevando muy lejos"

"Hace mucho tiempo que ese imbécil no me gana en nada"—exclamó Alan con seguridad.

Una sonrisa ponzoñosa se formó en los finos labios del acusado—"Haaa..."—exhaló Deimos clavándole una mirada a todas luces victoriosa mientras elevaba una de esas cejas marrones perfectamente formadas—"¿Estás seguro de eso mi amor?"

Alan, le lanzó una mirada helada y vacía por encima de su hombro. Y su quijada se tornó tan dura y apretada que incluso se le marcó una delgada vena azulada a lo largo del cuello, pero al final optó por tronarse un hombro, inclinando ligeramente la cabeza y actuar cómo si no hubiera escuchado nada.

"Tú nunca eres así..."—insistió Verónica levantando su exquisito par de cejas con genuina preocupación—"En serio..."—presionó su hombro con suavidad—"¿Qué pasó?"

"Sí Alan, ¿por qué no le dices a Verónica qué pasó? Creo que todos nos morimos por saberlo"—sobre los labios de Deimos se dibujó una sonrisa cínica.

"Cierra la boca"—advirtió Alan.

"¿O qué?"

"Tú sabes bien qué"

"Relájate bonita, y mejor disfruta la función"—exclamó Fobos mientras veía a Verónica —"Además a este viaje aburrido le hacen falta unos buenos golpes"

"¿Más?"—Alan soltó una carcajada de burla por lo bajo.

"Pues tú tampoco saliste limpio, eh"—recalcó Deimos.

"Sería muy patético que ni siquiera hubieras podido defenderte ¿no?"—le preguntó Alan con tono irónico—"Pero si tantas son tus ganas de emparejar el color de tus ojos ya sabes dónde encontrarme"—lo observo de arriba a abajo e hizo una mueca de burla—"Además el morado no te queda tan mal"—su sonrisa se ensanchó para recalcar la satisfacción que sentía ante lo que veía—"Pensándolo bien... creo que hasta tengo un talento natural para hacer que resalten los ojos de mi esposa... ¿Por qué no vienes a sentarte en mis piernas bebé? Se me acaban de ocurrir un par de cosas que podemos hacer juntos"

Deimos se paró del asiento con violencia e impulsividad dispuesto a cortar toda la distancia que los separaba, pero no pudo hacer más.

"¡Jóvenes!"—gritó el profesor de educación física, surgiendo de entre los asientos de enfrente—"Estamos en un viaje escolar, no en un circo"—rugió—"Si van a comportarse como animales lo van a hacer cuando yo no los esté viendo"

"¿Y por qué no cierra los ojos?" —bramó Alan sin despegar la mirada de Deimos.

El silencio se apoderó del autobús. Tanto que incluso los cuchicheos desaparecieron. Pronto se levantó una figura más de entre los asientos de enfrente, de esos que estaban designados siempre para el cuerpo docente.

"Garcés" —masculló la prefecta con desaprobación, disgusto, y un tono que se me antojó severo—"Al parecer su tiempo hablando con Dios no fue suficiente"

Alan chasqueó con la boca y evadió su mirada.

Y Deimos soltó una risita burlesca que apenas y se habría escuchado de no ser por la mudez en el ambiente.

"Ah, pero no se preocupe señor Máxime Bautista, porque cualquiera de nuestras Capillas es lo suficientemente grande como para que quepan los dos" —espetó la prefecta escudriñando a Deimos con una mirada felina.

Este trago saliva incómodo.

Y todos permanecimos congelados hasta que los profesores volvieron a sentarse. Claro que, luego de menos de 5 minutos los miles de cuchicheos, murmullos y secretos, se fueron apoderando gradualmente del autobús.

"Aghhh... y yo aquí muriéndome de curiosidad por saber qué pasó entre esos dos"—se quejó Argelia mientras cruzaba los brazos y dejaba caer su espalda contra el respaldo del asiento.

"Estoy muy sorprendida"—observé mientras comía una papa—"De verdad pensé que tu eterno amor por Deimos era lo suficientemente poderoso como para que saltaras a defenderlo en vez de andar de morbosa"

Argelia levantó una ceja—"¿Es broma verdad?"—sonrió y me robó una papa—"¡Esto es como Disneylandia para todas las que amamos las caras bonitas! Es como si metieras al ring de boxeo a todos los Backstreet Boys o si quieres a los dos más guapos"—hizo un puchero de inocencia fingida—"¿Quién va a querer parar eso my friend? Solo alguien sin corazón"—inclinó la cabeza divertida mientras jugaba con una de sus trenzas francesas—"¿Por qué crees que las mujeres luchadoras son todas voluptuosas y hermosas? Y cómo nadie en este mundo hace ese tipo de shows para las mujeres... y pues la verdad si existieran mis abuelos no me dejarían verlos... entonces tengo que disfrutar de estas pequeñas cosas llamadas felicidad que de repente me regala la vida"

"A veces eres muy rara..."—observé, llevándome otra papa a la boca.

Se encogió de hombros sin un ápice de culpa—"Solo imagínate que fuera un Chucky vs. Batman"




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