El día en que mi reloj retrocedió

35. Cuando las máscaras caen

"Tú lo llamas tiempo, pero yo solo veo laberintos en forma de espiral"

Cómo pude me las ingenié para salir de la bodega, pero casi me tuve que arrastrar escaleras arriba. En algún punto creí escuchar a la tela de mi falda atorarse con algo y rasgarse, también me raspé los codos y las rodillas pero fue lo que menos me importó.

El ambiente ya no era gélido pero seguía igual de húmedo y asfixiante, y la cabeza me daba tantas vueltas que me era difícil enfocar. Pero tras unos cuantos tropezones finalmente llegué a la cima de los peldaños y empujé la puerta de la bodega con las pocas fuerzas que me quedaban.

Al salir inhalé con muchísimas ansias aquel aire impregnado de líquido limpiador para pisos y finalmente mis rodillas cedieron, desplomándome en el piso en cuanto vi la luz artificial brillando sobre mi ropa, pero se sintió como si fuera el mismísimo astro de la salvación.

No sé cuanto tiempo estuve así. Escuchaba a distintas voces gritar mi nombre con preocupación, buscándome, algunas estaban más cerca que otras, pero mi cuerpo simplemente no me respondía. Supongo que así debía ser estar en estado de shock.

Después de un rato que me pareció eterno , escuché el sonido de unos pasos lo bastante cerca. Y levanté la mirada solo para encontrarte con ese par de piernas alargadas, portando el pantalón escolar y por supuesto, esos clásicos Balenciaga blancos tratados como si los hubiera adquirido en un enorme árbol que en lugar de frutos, daba zapatos caros cada 5 minutos.

"¿Sabes por cuánto tiempo te estuve buscando pedazo de Moco?"—su voz sonaba molesta, impaciente y sus ojos verdes brillaban como escupiendo mil maldiciones—"¿Por qué no me contestas?"

Pero fui incapaz de mover mis labios. En cambio, levante una mano temblorosa para tocar la tela de su pantalón... necesitaba sentir que era real.

En ese momento su mueca de impaciencia y fastidio se desencajó por completo y casi cayó de rodillas frente a mí al advertir el estado en el que me encontraba.

"Hey..."—puso una de sus manos sobre mi frente sin reparar demasiado en nada, su piel se sintió fresca. Pero por alguna razón estaba justo a la temperatura de lo que necesitaba sentir y cerré los ojos bajo su tacto—"Creo que tienes fiebre..."

Ah. Entonces era eso.

"Yo no... Yo puedo..." —musité, tratando de incorporarme un par de veces sin nada de éxito. Mis rodillas cedían una y otra, y otra vez.

"Espera"—me sostuvo por los hombros como si temiera que me desmoronara ahí mismo—"Te vas a caer"—deslizó sus manos con suavidad hasta llegar a cada una de mis muñecas para rodearlas con firmeza—"Agárrate de mí"

Ante el gesto, hundí mi cabeza en su pecho hasta que mi frente quedó contra la tela blanca de su camisa escolar y casi pude sentir su corazón acelerar su paso—"¿Alguna vez han cobrado vida tus pesadillas?"—le pregunté, refugiándome en el calor que emitía su cuerpo.

Sentí sus músculos tensarse pero de igual forma se obligó a rodearme con los brazos, incómodo y recargó su barbilla sobre mi cabello. Inhalando el aroma que emitía mi shampoo como para encontrar él también algún tipo de paz.

"Shhh hey..."— musitó, abrazándome con la fuerza suficiente como para levantarme del abismo sin romperme—"Todo está bien"—aseguró—"Estamos en el museo, estás despierta y y estoy aquí"

Me aferré con más fuerza.

"Todo está bien"—repitió.

Sentí dos espesas gotas de agua formarse en mis lagrimales para después rendirse sobre mis mejillas —"¿Y entonces por qué siento que ellas están más vivas que yo?"—después me desvanecí en sus brazos. Por aquel entonces él ya era mucho más grande que yo y para mí, en ese momento Alan Garcés se sintió inmenso. Más inmenso incluso que Dios. Por más blasfemo que suene.

*****

Sentí un dolor agudo punzándome sobre las sienes. Y cierta suavidad me rodeaba, abrazando mi silueta y desplegándose bajo el peso de mi cuerpo. Cada fibra de mi piel se contraía, temblaba pero aún así encontré una especie de sosiego en la delgada sabana que me cubría hasta llegarme a la mitad del torso.

"Cuando te está bajando la fiebre se siente como una mierda ¿verdad?" —escuché una voz bastante familiar articular a un costado.

Abrí los ojos un par de veces para enfocar, solo para encontrarme bajo un techo inmaculadamente blanco, de superficie rugosa. Pestañeé un par de veces para acostumbrarme a la luz.

"¿Donde estoy?" —quise saber. Sentí de inmediato mis labios y mi garganta secos. Y mi voz salió muchísimo más débil de lo que habría querido.

"En una fiesta muy loca, en medio de la playa"—escupió en tono sarcástico, pero luego se encogió de hombros y se frotó la nuca—"En el hospital local ¿dónde más?"

"¿Cuanto tiempo dormí?"

Entornó los ojos con hastío pero no me contestó. En cambio me ayudó a incorporarme sobre la cama y me pasó una botella de agua de mala gana. Su rostro era de molestia, de fastidio y también algo de cansancio, pero no dijo nada. Parecía estar haciendo un esfuerzo sobrehumano por controlar esa impulsividad tan característica en él, con la finalidad de ocultar todo lo que verdaderamente pensaba o quería decir.

Miré a mi alrededor escudriñando cada rincón del lugar; una mesa de cristal redonda, un par de sillones amplios forrados en azul marino, una silla con un montón de ropa doblada y sucia que asumía que era mi uniforme, algunas revistas, una lámpara de escritorio sobre el buró, un teléfono y otra silla al costado de la cama de hospital, en dónde él estaba sentado.

"¿Donde están mis otras cosas?"—quise saber evitando mencionar que ni eran mías y que de hecho, las había robado unas horas antes de la bodega del museo.

Pero ese fue el único detonante que necesitó para explotar porque su rostro se nubló y mi pregunta pareció destrozarle de golpe todas esas murallas frágiles que se había impuesto a sí mismo como para lograr una especie de auto control del carajo.




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