"Sé bien que quieres matarme y pienso dejarte hacerlo uno de estos días... pero ese día no es hoy. Hay algunas cosas que necesito hacer antes, cosas que sólo yo puedo hacer. Así que espérame que volveré a ti; sin más peleas, sin más cansancio, sin más gritos, sin tocar heridas viejas, sin oponer resistencia...
Será más fácil de lo que crees. Tan sólo daré los tres pasos que me faltan justo en este momento para quedar frente a ti, cerraré fuerte los ojos, y yo misma guiare tu mano hasta la piel de mi cuello para que con el filo de tus garras hagas lo que tengas que hacer, lo prometo"
—Helena Candiani Yolotl
'Hay alguien más dentro de mí.
Alguien que no soy del todo yo, pero al mismo tiempo sí.
Alguien que sabe cosas.
Alguien que puede acceder a mi cabeza cada vez que quiera, pero que no me deja acceder a la suya.
Alguien que ha estado ahí mucho antes de que me diera cuenta, y qué tal vez siga ahí mucho después de que yo me vaya.
Alguien que se está haciendo más fuerte cada día qué pasa, lo siento, lo veo... lo sé.
No sé cómo lo sé, pero lo hago.
Y me asusta muchísimo pensar que eso tal vez, signifique que yo me estoy haciendo más débil...
Que algún día voy a desaparecer.
Así que comencé a hacer esto... a escribir pedazos de mis pensamientos en papel.
Sé que nadie va a leerlos, no importa, no lo hago por eso.
En realidad no sé muy bien por que lo hago...
Pero creo que es una forma de llevar un registro, una huella, algo que me ayude a recordar quien soy justo ahora, en este momento.
Tal vez... de alguna forma, mi cuerpo se está preparando para extrañar muchas cosas, para mudar de follaje.
Y puede que yo sea ese follaje que una vez que pierda el color y caiga, ya no va a regresar...
Aún estoy tratando hacer las paces con esa idea.
El próximo otoño ya no seré la misma.
Este es el último año que me queda.'
Solté la pluma con la que estaba escribiendo y eché la cabeza hacia atrás.
Los primeros rayos de Sol me acariciaron las sienes, la frente, las pestañas...
Otra noche más sin dormir.
Un día más que afrontar.
Las ventanas aquí en Toluca siempre amanecían empañadas, sin importar la época del año.
Me giré un poco y usé la punta de mis dedos para hacer un pequeño círculo que me permitiera ver a través.
Ah...
Ahí estaban.
Los retoños de las plantas a punto de brotar...
No sé por qué se me encogió el corazón al verlos.
Pero por más que quise voltear para otro lado y comenzar mi día, no pude dejar de mirarlas. No fui capaz.
Tal vez porque de alguna forma, me vi reflejada ahí.
Tal vez porque sabía que todo había empezado a cambiar...
"Pero aún estamos en primavera..." —me dije a mí misma, mientras acariciaba el cristal.
Sí. Pero la primavera no dura para siempre. No importa qué tanto lo queramos o con cuantas fuerzas... sólo dura lo que tiene que durar.
Nunca me consideré fanática ni de las puestas de Sol ni de los amaneceres.
Pero puede que esa haya sido la primera vez que me quedé a ver uno de principio a fin.
Y también fue la última.
Porque odié cuánto duraban.
Porque odié lo rápido que se terminaban.
Y porque a esos rayos de Sol, no les bastó con aclarar el cielo. También se colaron muy dentro de mí, para iluminar algunas cosas que solo me atrevía a mirar cuando era de noche.
¿Sabes?
Hay veces que la luz da mucho más miedo que la oscuridad.
Sobretodo cuando estas jodido por dentro.
Un par de golpecitos a la puerta me hicieron salir del trance.
Ni siquiera necesité girarme para saber de quién se trataba.
Cuando convives con alguien el tiempo suficiente, llega el momento en que incluso el sonido que hace cuando camina se vuelve especial.
"¿Hora de ir a correr?" —pregunté sin dejar de mirar a través de la ventana.
"Hora de ir a correr..." —respondió, acercándose —"¿Qué miras?" —quiso saber, rodeando mis brazos con sus palmas y recargando su barbilla sobre mi hombro.
"El cielo, las plantas, el día..." —le contesté, pegando mi mejilla contra la suya —"Y que no hay nubes hoy..."
"Hmm..." —Se quedó un rato ahí, mirando lo mismo que veía yo —"Estuviste escribiendo..." —observó —"En hojas normales, como una persona normal. Estoy orgulloso de ti".
"¿Qué puedo decir? Creo que estoy perdiendo mi encanto" —me encogí de hombros.
"Y mí estómago te lo agradece" —rió. El aroma de su crema de afeitar mezclado con la menta de la pasta de dientes y algo de su olor natural, se impregnó en los fosas nasales.
Olía rico.
Él siempre olía rico.
Cerré los ojos y me concentré en la sensación; en llenar mis pulmones de esa familiaridad.
"¿Cuanto tiempo más me vas a seguir molestando con eso?" —quise saber —"Ya te pedí perdón como un millón de veces"
"Tienen que ser tres millones de veces. Un millón por semana" —contestó —"Tuve diarrea tres semanas por tu culpa."
Me despegué un poco para voltear a verlo —"¿Cómo iba a saber yo que tenías el poderosísimo estómago de una princesa Disney?" —le pregunté indignada.
Un extremo de su boca se levantó un poco.
"Fueron 15 pulparindos, Helena. Quince"
"Pero yo solo te pedí por favor qué si te los podías comer porque necesitaba los papelitos para escribir. Tú pudiste haber dicho que no"
"Te dije que no" —respondió —"Que usaras los jodidos papeles y tiraras los pulparindos a la basura"
"¡Pero solo un alma sin corazón tira esos manjares de los Dioses a la basura!"
"Sí. Eso fue lo mismo que dijiste"
Ladeó la cabeza y la luz de la mañana le iluminó la cara.
Cómo me gustaban las pupilas de este hombre, porque tenía él amanecer en los ojos... y ahí sí, duraba mucho más... tal vez con suerte, para siempre.
Le acaricié las pestañas con los dedos. Eran espesas y muy negras.