El día en que te encuentre

Capítulo 2. Una mirada hacia el pasado

Emma Myers

Cuando tenía 10 años mi padre nos dejó, a mi madre, mi hermano y a mí.

Un día regresé de la escuela y mi madre me informó que mi padre se había ido de la casa. No hubo ninguna explicación de parte de él, ni ninguna excusa, solo ausencia a partir de ese momento.

Los primeros años Dorian llamó de vez en cuando, solamente en fechas importantes, pero esas llamadas también se desvanecieron con el tiempo, hasta el punto que se volvió normal que ni siquiera lo mencionáramos.

Al inicio para ser sincera no me atreví a preguntarle a mi mamá las razones por las cuales se había ido mi padre, no quería recordarle la situación, ya que vi como sufrió cuando él se fue y no me refiero solamente a lo sentimental.

Mamá sufrió en todos los aspectos.

Durante los primeros meses, aun cuando yo era tan solo una niña chiquita, noté su cansancio, la vi tener que hacer turnos dobles en el hospital para poder pagar una casa que se suponía pagarían entre dos personas, además de mantener a dos hijos, ayudarnos cada noche con nuestra tarea y educarnos.

Lidiar con todo eso no fue fácil para ella y menos conmigo.

De niña mi padre era todo mi mundo, mi luz y mi superhéroe. Él me hacía sentir como si fuera la persona más importante en su vida y el hecho de que un día simplemente se fuera sin detenerse a pensar en mí, me lastimó de una manera indescriptible.

Por años busqué cualquier error en nuestra vida, cualquier indicio que me hiciera entender su decisión de alejarse de nosotros. ¿Acaso no éramos suficiente para él?

Cuando no encontré una respuesta concreta, me desquité con mamá.

Ella fue muy comprensiva ante mi comportamiento, me soportó muchos berrinches y cuando tuve la edad para poder comprender ciertas situaciones, se sentó conmigo y me contó algunas de las razones por las que él se había ido. Claro, no entró mucho en detalles, pero, aunque sea, fue honesta.

Él necesitaba irse, ya no éramos felices juntos.

Esas fueron las palabras que se quedaron más grabadas en mi mente y después de una larga platica con mi mamá, fue que lo comprendí.

Alejarse fue su decisión, nadie lo obligó a olvidarse de nosotros. Él lo decidió así.  Mamá en ningún momento le impidió convivir con nosotros, él simplemente tomó el camino fácil y se fue a seguir sus sueños, dejándonos a nuestra suerte y sin mirar atrás.

¿Qué clase de persona hacia algo así? ¿Qué clase de persona se podía olvidar de su familia de esa manera?

A pesar de pasar por todo eso, mi mamá nos sacó adelante y por ella éramos buenas personas. Por todo su esfuerzo y sacrificio.

No voy a negar que fue una experiencia que me marcó de por vida. El que te abandonen deja una huella profunda y normalmente esta no desaparece nunca.

En el momento en que lo vi sentado en la entrada de mi casa, en lo único que pude pensar era en lo mucho que agradecía el hecho de que mi mamá y mi hermano no se encontraran, porque de esa manera no tenían que recordar todo lo que habíamos vivido. Justo como lo estaba haciendo yo.

Me quedé inmóvil durante unos segundos, solo observándolo y dudando de si de verdad quería acercarme o no. Sabía que tenía opciones, podía irme y olvidarme de que lo había visto, pero ¿en verdad eso era lo que quería?

Dorian no cambió mucho en los años que no lo había visto. Seguía teniendo su cabello castaño, aunque se le empezaban a notar las canas en los laterales de su cabeza, tenía la misma complexión y seguía vistiendo sus trajes y zapatos elegantes que siempre lo caracterizaron.

—¿Quieres que nos vayamos a otro lado? —inquirió Sophie, tomando mi mano—. Podemos regresar a la cafetería o vamos a la plaza. A donde tú quieras.

Negué con la cabeza y le di un ligero apretón a su mano.

No quería verlo, pero en realidad no tenía el valor de alejarme de él. Soñé tantas veces con esa escena, que en el momento que se volvió realidad no sabía cómo comportarme.

Inhalé profundo, intentando que esa simple acción me diera el valor suficiente para enfrentarlo y cuando creí tener lo que necesitaba, empecé a caminar hacia mi casa.

En cuanto Dorian notó mi presencia, se enderezó y me sonrió —el maldito me sonrió como si nada hubiera pasado—. El simple gesto me hizo sentir tanta ira que casi de inmediato empezó el pequeño hormigueo que conocía muy bien y que me atemorizaba sentir.

Todo el temor de enfrentarlo se vio sustituido por el enojo que recorrió todo mi cuerpo como tratándose de apoderar de él.

Dorian fue receptivo ante ese cambio, por lo cual cuando se acercó lo hizo con mucha cautela.

Una vez frente a frente hizo un ademán de querer darme un abrazo, pero retrocedí con rapidez. Lo quería lo más lejos posible.

—¿Qué haces aquí? —pregunté con una voz agria.

—Yo… quería verte, Emma. A ti y a tu hermano —respondió con un tono suave—. Me gustaría invitarte a comer y que podamos hablar.

Escuchar su voz hizo que todo mi cuerpo se tensara. Sonaba igual que antes, esa tampoco cambió en nada. Tan solo con escucharla, una ola de recuerdos llegó a mí y generó un nudo en mi garganta.




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