Declan Ford
Salía de mi horrorosa y eterna clase de matemáticas totalmente vencido. Las matemáticas no tenían sentido para mí, siempre que estaba en esa clase en lo único que podía pensar era en la fotografía y en lo mucho que deseaba viajar por todos lados y difundir las maravillas que tenía el mundo, por lo cual no encontraba el sentido de aprender a despejar x.
La fotografía era un sueño que se había formado gracias a mi abuelo que fue quien me regaló mi primera cámara, aun en contra de los deseos de mi padre él me enseñó todo acerca del tema y me enseñó a ver más allá.
Respiré profundo y empecé a buscar a Emma por el pasillo, la busqué en el aula donde sabía que tomaría su clase y la busqué por su casillero, pero en ningún lugar la encontré.
¿Dónde se metió ahora?
No encontrarla me preocupó, sobre todo porque días anteriores se había estado comportando muy rara y no sabía la razón.
En un último intento de encontrarla caminé hacia el gimnasio, pensando en que tal vez estaba acompañando a las chicas en su entrenamiento. Una vez ahí volteé a ver hacia las gradas, pero no la encontré.
Busqué en todos lados, pero a las únicas que reconocí fue a Sophie y Julia. Mientras caminaba hacia ellas pude ver como las chicas a mi alrededor empezaban a murmurar cosas, lo cual no me sorprendió, tiempo atrás noté que era una reacción que se había hecho continua, según mi amigo Greg era por mi encanto natural. Me costó trabajo, pero al final me acostumbré y aprendí a lidiar con ello.
Esbocé una sonrisa coqueta en la dirección de las chicas y me causó risa cuando emitieron gritos de emoción. Sinceramente, sí me gustaba tener su atención, sobre todo porque era muy gracioso ver sus expresiones cuando yo era el que les prestaba atención.
¿Quién no disfruta la atención?
—Hola chicas —les dije a Sophie y Julia, sonriéndoles—. ¿Han visto a Emma?
Julia se le iluminó la mirada al verme y me devolvió la sonrisa instantáneamente. Ella era un tema. Un tema que no me gustaba tratar, sobre todo porque sabía que le gustaba.
Los hombres somos distraídos en muchos aspectos, pero sabemos identificar ciertas señales obvias provenientes de una chica, sobre todo si estas señales eran de parte de una chica bonita como Julia.
Ella siempre se comportaba raro cuando estaba cerca y siempre intentaba estar lo más pegada posible a mí, lo cual normalmente no me hubiera molestado, pero que fuera tan insistente sí me hacía sentir incómodo. Julia era hermosa, el sueño de cualquier chico que tuviera ojos, solo que yo no la podía ver de esa manera y no le podía ofrecer nada que no fuera mi amistad.
Al principio ninguna de las dos me contestó, Julia solo se dedicó a observarme embelesada, lo que provocó que me moviera incómodo —sus miradas no eran como las que me tiraban las demás chicas que solo me causaba risa, eran miradas diferentes, más intensas—. Gracias a Dios, Sophie salvó el momento.
—¿No estaba contigo? —preguntó sorprendida—. Creímos que se había ido contigo.
Pude ver como la mandíbula de Julia se tensó con la repetitiva mención de Emma. Fruncí el ceño sin entender, me había dado cuenta de que hacía mucho eso cuando mencionábamos a Emma, pero me parecía tan confuso por el simple hecho de que se suponía que eran amigas.
—No. Tuve clase, pero pensé que me encontraría con ella al salir como siempre, cuando no la vi por los pasillos pensé que estaría con ustedes.
Saqué mi teléfono para poder revisar si Emma me había mandado algún mensaje o me había llamado, pero no tenía ningún rastro de ella, le marqué varias veces, pero su teléfono me enviaba directo a buzón.
¿Dónde estás Emma? ¿Se sintió mal? ¿Por qué no nos avisó?
Las preguntas pasaban por mi cabeza sin parar y el sentimiento de preocupación se expandió más, sobre todo por el hecho de que no le avisó a nadie que se iría, normalmente ella no comportaba de esa forma.
—Espéranos —me ordenó Sophie y señalo las gradas—. Ya casi termina la práctica, solo pasamos por un café antes y te acompaño a su casa. Debe estar dormida, tal vez.
—Está bien —sin más me alejé, me senté en las gradas y seguí con el libro que me obligó a leer Emma.
Era un buen libro, cursi, pero no tan malo como esperaba, claro que nunca lo iba a admitir en frente de Emma, mi orgullo pesaba más.
Arriba la testosterona.
Esperé a las chicas como media hora y cuando por fin salieron, empezamos a caminar hacia el café. En todo ese rato Julia se trató de acercar a mí y yo solo traté de alejarme lo más posible de ella, poniendo a Sophie en medio. Era como un ciclo sin fin. Ella me soltaba una insinuación y yo hacía como que no me daba cuenta.
—Mis padres no estarán el fin de semana —soltó Julia cambiando de tema, por completo—. Estaba pensando en pedirte ayuda con una clase.
—Pero no tenemos clases juntos.
—No, pero sé que me puedes ayudar.
—No creo que yo sea la mejor opción para ayudarte, porque no mejor, le dices a Tania. Ella es la que siempre nos ayuda a todos con las clases.