El día en que te encuentre

Capítulo 14. Tu lugar

Emma Myers

Dos semanas después

La inspiración.

Algo muy importante para un artista, aunque no me consideraba una, era buena dibujando, pero no tenía la preparación para considerarme una artista.

Un día solo empecé a dibujar, pero nunca tomé clases —no teníamos el dinero para eso—. Por esa razón había optado por una carrera que estuviera relacionado con el dibujo, en donde pudiera aprovechar mi pasatiempo.

Me encontraba en mi cuarto viendo un dibujo que dejé en el escritorio, pensando cómo podía darle más significado, hasta que una de mis alarmas sonó, avisándome que era hora de ir a la escuela.

Las cosas con mi familia seguían tensas, cada que llegaba, mi mamá y mi hermano se callaban para que no escuchara su conversación o cambiaban de tema de inmediato y mi padre había estado pasando mucho tiempo en la casa, lo que no me tenía muy contenta.

La ventaja era que había podido evitarlo, cada que él se quedaba a cenar, inventaba una excusa y me iba a la casa de Sophie.

Él entraba, yo salía.

Bajé rápido de mi cuarto para tomar mi mochila y vi a Derek sentado en uno de los taburetes de la encimera, desayunando.

—Hola.

—Buenos días, Emma —dijo mientras se acercaba a mí y plantaba un pequeño beso en mi cabeza.

Le sonreí y me le quedé mirando, pensando si era buena idea hacer lo que llevaba días queriendo. Pedirle su coche era algo arriesgado, pero de verdad lo necesitaba, sobre todo si quería conseguir esa inspiración que sentía que me faltaba.

—Hermano. ¿Me prestas el coche hoy? —Derek enarcó una ceja.

—¿Para qué?

—Quiero a ir a un lugar —mencioné mientras alzaba mi cuaderno de dibujo.

Él pareció entender, dio otro bocado a su desayuno y me miró pensativo.

—¿Esta vez volverás?

Puse los ojos en blanco al escuchar eso, llevaba tiempo soltando ese tipo de comentarios y me empezaban a cansar.

—Derek… Ya basta con eso, por favor —tomé mi mochila un poco molesta y me quedé parada cerca de la puerta esperando su respuesta.

Me observó un poco antes de contestar.

—De acuerdo —de inmediato lanzó las llaves del coche hacia mí y en un movimiento rápido las atrapé.

—Gracias.

—Emma —me llamó antes de que saliera—, solo no choques a mi bebé, por favor.

—Vaya fe, tienes en mí —me quejé.

—Solo cuídalo —pidió. Solté una pequeña sonrisa al ver como se preocupaba por ese coche, lo cuidaba más que a mí.

Salí rápido de mi casa y me subí al coche, avancé un poco y me detuve en la puerta de Sophie.

Después de la fiesta que fue un completo desastre, no volví a hablar con Thomas, esa noche, actuamos como si nada hubiera pasado, decidí que, aunque sea por una noche, confiaría en él. Me dejé ayudar por una vez.

Unos minutos después de tocar el claxon, Sophie salió de su casa y soltó un pequeño grito de emoción al ver el coche.

—No puedo creer que Derek te lo haya prestado —mencionó mientras se subía—. Derek ama este coche más que a ti.

—Solo es por hoy, no te emociones.

Mientras conducía hacia la escuela, Sophie me contaba sobre el amigo de Declan con el que había tenido varias citas.

Ella lo describió como el “chico perfecto”, se veía emocionada y por primera vez en mucho tiempo pude ver a mi amiga babeando por un chico.

La última vez que la había visto actuar de esa forma fue con Manuel Arias, un chico al que Sophie conoció en unas vacaciones, pero que nunca volvió a ver.

—Te juro Emma, Ian tiene un cuerpo que no imaginas, pero eso no es lo mejor —exclamó emocionada y moviendo sus manos—. Es tan divertido, que casi me meo en la última cita.

Solté una pequeña carcajada antes de poder contestar.

—Tu sí que sabes conquistar a un chico, Sophie —dije con un tono burlón.

—Cállate, hablo en serio. Al principio cuando Declan me dijo que uno de sus amigos quería conocerme no estaba segura, pero de verdad este chico es increíble, aparte tiene unas nalgas…

La interrumpí antes de que terminara la descripción de sus nalgas.

—No lo digas —advertí—. Si, me lo dices cada que lo vea, en lo primero que me voy a fijar van a ser sus nalgas.

—Está bien, no soy celosa —dijo jugando.

Tan solo de imaginar la escena, Sophie y yo nos empezamos a reír. Me encantaba verla así de emocionada y feliz, su risa era tan contagiosa que me producía más risa, hasta que el estómago me dolió.

Amaba esos momentos, en los que sentías que todo era felicidad y no puedes dejar de sonreír, por el simple hecho de estar al lado de una de las personas más importantes de tu vida.

Sophie no solo era mi mejor amiga, era mi hermana, por siempre y para siempre.




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