Thomas O’Connor
Mirando a Emma mientras estudiaba en el comedor de su casa, solo podía pensar en lo mucho que amaba pasar tiempo con ella. Llevábamos algunos meses saliendo y con tan solo esos cuantos meses sabía que ella me tenía en sus manos.
Estaba completamente e indudablemente enamorado de ella.
Me encantaba cada aspecto de su persona; su mal humor y su necesidad de café por las mañanas, su amor por las películas de comedia y a las tartas, el olor de su cabello, sus manías, los hoyuelos que se le marcaban cuando sonreía y la forma tan cálida con la que siempre acostumbraba a acariciar mi rostro.
Nadie me había visto de la forma en la que ella me miraba. Nadie. Sentía que Emma me devolvía un poco del amor que había perdido y me proporcionaba uno mejor, uno más puro.
Los exámenes estaban muy cerca, al igual que las fiestas. Emma estaba tan estresada que se la pasaba estudiando todo el tiempo, tanto que le faltaba poco para que le saliera humo por la cabeza.
Quería que se desestresara y por eso le había estado preparando una sorpresa, pero para que el plan saliera como lo estuve planeando por semanas necesité de ayuda de varias personas.
Sophie fue una de ellas, a pesar de que no le agradaba mucho, ella no se negó cuando le dije lo que quería hacer por Emma y accedió a cubrirla el fin de semana.
Noah también ayudó. Me prestó su camioneta para que pudiéramos tener donde dormir durante el fin de semana. Era mucho más grande y cómoda que mi coche.
En la camioneta ya tenía todo listo, ropa que Sophie sacó del armario de Emma, sabanas, almohadas, comida y todo lo que los dos pudiéramos utilizar ese fin de semana.
Me acerqué a ella por detrás, estaba tan metida en sus apuntes que ni siquiera notó que me acercaba, se sobre salto cuando rodeé su cintura con mis brazos y la jalé hacia mí.
Emma sonrió y recargó su cabeza en mi hombro. Nos quedamos de esa manera unos minutos disfrutando nuestro momento. Me fascinaba hacer eso con ella, disfrutar y saborear cada instante como si fuera el último.
Comencé a darle pequeños besos en el cuello y casi de inmediato sentí que se relajaba. Había descubierto que eso le gustaba y a mí me gustaba besar ese punto exacto en donde se podía sentir su pulso. Cada vez que besaba ahí, su corazón se aceleraba.
—Thomas aún tengo que estudiar —mencionó con la voz entrecortada. Colocó su mano en mi cabello y me dio un pequeño tirón para acercarme más a ella.
—Tengo una sorpresa para ti.
Para mi mala suerte en cuanto mencioné eso, ella se separó de mí y se levantó para mirarme directamente a los ojos.
—¿Cuál? —inquirió emocionada, sus ojos tomaron un brillo que casi hace que le dijera absolutamente todo.
—¿Qué parte de sorpresa no entendiste? —pregunté divertido. Emma me hizo mala cara—. Te lo diré en su momento, pero necesito que dejes estos cuadernos —alejé sus apuntes— y nos vayamos ahora mismo.
—¿Ahora?
—Sí. Ya. En este momento.
—Bueno, pero al menos dime si estoy bien vestida —me dijo señalando su atuendo.
Me acerqué a ella, tomé su cintura y le di un pequeño beso en la nariz.
—Siempre estás perfecta.
—Me gusta este Thomas.
—¿Este Thomas?
—Sí, el Thomas tierno y atento, creo que me podría acostumbrar a él.
—¿A sí? ¿Y qué pasará cuando salga el otro Thomas? El enojón y malhumorado.
—Bueno, cuando salga ese Thomas, le daré un pequeño incentivo para que no sea tan enojón.
—¿Un incentivo? ¿Qué clase de incentivo?
—Uno que involucra una falda, un sillón y tal vez un poco de chocolate.
—¿En serio? —pregunté intrigado. Bueno, si ese sería lo que obtendría, tal vez necesitaba enojarme más—. ¿Y no hay anticipo?
—Bueno… —Emma se acercó a mí, despacio, ocasionando que mi corazón y otras partes de mi cuerpo se viera afectados, rodeó con sus delgados brazos mi cuello y me susurró al oído—. Ahorita no es posible porque tenemos que irnos.
Dicho eso se alejó hacia la sala para tomar sus cosas, dejándome paralizado en el comedor. Oh, ella había jugado con mis pobres sentimientos.
Salí de mi trance después de unos segundos y fui tras ella. Emma ya estaba afuera de su casa esperándome, con una sonrisa de victoria dibujada en todo su rostro.
—¿Por qué tardaste tanto? ¿Tanto te afecto lo que te dije?
—¿Estás consciente de que esta me la vas a pagar?
—Ya veremos —contestó dando un paso hacia atrás cuando me acerqué a ella.
—Estás jugando con fuego Emma —le advertí mientras le abría la puerta de la camioneta.
—Nunca me han molestado unas cuantas llamitas —aclaró risueña. Se acercó, me dio un beso en el cuello, justamente en donde yo se los daba y subió a la camioneta.