El día en que te encuentre

Capítulo 31. Cuida de ella

Thomas O’Connor

—¿Cómo te sientes?

La pregunta era tonta, pero era necesaria hacerla. Traté de aguantar lo más que pude, aguardé durante muchas horas, pero al llegar a su casa, me fue imposible no formularla.

Quería conocer lo que pasaba por su cabeza y conocer su sentir ante lo que estaba viviendo. Sobre todo, por la actitud que estaba tomando.

Emma parecía muy tranquila, demasiado para ser sincero. Con lo de su mamá pensé que en cualquier momento tendría otro de sus episodios o ataques —aún no sabía cómo llamarlos—, pero ella se encontraba inesperadamente tranquila. No supe si eso era algo bueno o malo.

—No lo sé —contestó viendo hacia la ventana—. Simplemente, no sé cuál emoción escoger para definir mi sentir en este momento.

Era comprensible, no solo descubrió que su madre estaba enferma, también descubrió que su familia se lo había estado ocultando y lo que creo que terminó destruyéndola fue descubrir la verdadera razón por la que su padre había vuelto.

Fue un día difícil para ella.

Bajé del coche y le abrí la puerta para que saliera. Una vez llegando a la entrada de su casa la abracé lo más fuerte que pude. No quería dejarla sola, pero en el hospital su padre se había ofrecido a traerla a casa y quedarse con ella, pero le dijo que no, que quería estar sola y yo respetaba eso.

Emma no reaccionó a mi abrazo, parecía estar paralizada. Apreté más mi agarre para buscar cualquier reacción de su parte, pero la respuesta fue la misma.

—Thomas…

—¿Sí?

—¿Te quedarías conmigo esta noche? —la voz que utilizó estaba llena de dolor y parecía temblar un poco—. Sé que dije que quería estar sola, pero…

—Sí —la interrumpí antes de que terminara de hablar.

No tenía que decir nada más para que aceptara.

Emma dio un paso hacia atrás para terminar con el abrazo, sacó la llave de su casa e intentó meterla a la cerradura, varias veces, pero en ninguna ocasión lo logró, sus manos temblaban demasiado, por lo que coloqué mi mano sobre la suya y la ayudé a dirigir la llave.

Cuando la cerradura por fin cedió, entramos.

Ella, examinó su casa con detenimiento, como si buscara algo que le indicara que nada de lo que habíamos pasado las últimas horas era verdad, pero cuando no lo encontró en su rostro se instaló una expresión de tristeza total.

—¿Quieres que te prepare algo de cenar? —no había comido en todo el día y eso me empezaba a preocupar, sobre todo porque la había visto tambalearse varias veces.

—No tengo hambre.

Su negativa no me sorprendió, pero en mis planes nunca estuvo dejarla ir a dormir sin comer algo.

Me acerqué a ella y acuné sus mejillas de manera delicada.

—Lo sé, sé que en este momento comer es en lo que menos piensas, pero tienes que estar bien para que puedas ayudar a tu madre Emma. Déjame prepararte por lo menor un sándwich. Por favor.

Lo dudó por un momento, pero terminó asintiendo, sabía que no iba a dejar de insistir con el tema.

—Está bien.

—Sube a tu cuarto. En un momento te lo llevo.

Emma no agregó nada más e hizo lo que le indiqué. Cuando la vi desaparecer en la segunda planta, tomé un gran respiro y me fui hacia la cocina.

El no poder hacer nada por ella, por apaciguar su dolor, me frustraba, pero sabía que no era algo que yo tuviera el poder de resolver.

Lo más rápido que pude preparé el sándwich y se lo llevé. Ya se había cambiado cuando llegué y estaba recostada en su cama abrazando el oso de peluche que le había regalo en la feria.

Ver ese oso de peluche en sus manos me hizo pensar en lo rápido que cambian las cosas. En un momento ella irradiaba felicidad y para el otro, ya no había rastro.

Me senté en la orilla de su cama y le quité los mechones que le cubrían su cara, sequé algunas de sus lágrimas y esbocé una media sonrisa tratando de que se sintiera apoyada.

—Aquí está tu cena —de manera lenta y pesada se incorporó y empezó a comer.

Se notaba que le costaba trabajo pasar la comida, cada bocado parecía ser una tortura para ella, aun así, para mi tranquilidad se lo terminó todo. Tomé el plato, me puse de pie y me dirigí a la puerta para dejarla descansar.

—¿Podrías dormir conmigo? Por favor —pidió antes de que saliera.

La súplica se marcó tanto en sus palabras que sentí como se me estrujaba el corazón.

Sin pensarlo dos veces, dejé el plato en el escritorio y fui con ella. Emma soltó el peluche y yo ocupé su lugar. Me rodeó la cintura con sus brazos y me apretó como si temiera que me alejara.

—No quiero perderla —confesó finalmente.

—No lo harás. Ella es fuerte, logrará salir de esto.

En el momento en que la toqué, empezó a llorar y no dejó de hacerlo hasta que se quedó dormida.




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