El día en que te encuentre

Capítulo 37. El amor no lo puede todo

Emma Myers

—¿Podrías escucharme un segundo, Emma?

No me detuve a pesar de su petición. No quería pensar en las razones por la cual me mentía Thomas, sobre todo porque en ese momento tenía cosas más importantes por las cuales preocuparme.

Sonaba cruel, pero era verdad. 

—Thomas de verdad no tengo ganas de hablar de eso, tengo que ir al hospital.

Mamá estaba cada vez peor. El ver como empezaba a toser sangre fue lo más aterrador que pude presenciar. El simple recuerdo me hacía sentir como si me arrancaran el corazón.

Era un acontecimiento que no podía sacar de mi cabeza, recordaba cada detalle de ese día y todavía podía ver con claridad la cara de terror de cada uno de los que estábamos. Todos sabíamos lo que significaba.

—Lo sé, pero de verdad necesitamos hablar de esto —Thomas me siguió en lo que yo guardaba cosas que Dorian necesitaba—. Llevas semanas apartándome y no me has querido decir la razón. No sé leer mentes Emma, si no me dices que te hizo enojar no puedo arreglarlo.

—De acuerdo —exclamé, cansada y dejando de guardar las cosas—. ¿A dónde fuiste el día de mi cumpleaños?

Odiaba como sonaba, odiaba sonar como una novia tóxica, pero el que él me mintiera acerca de a quien había ido a ver era algo que no me podía ignorar y menos si esa persona era Sara.

Traté de dejarlo pasar, de verdad lo intenté, pero en definitiva no lo estaba logrando.

El pensar en eso y lo de mi madre, solo provocaba que mis emociones empezaban a brotar sin ningún control. Cada vez me costaba más trabajo dominarlos y sentí que retrocedí todo lo que había logrado avanzar en los meses anteriores.

—Ya te lo dije, fui con Max.

—¿Seguro?

—Sí —contestó sin dudarlo.

Suspiré decepcionada y negué con la cabeza, cada vez que le daba oportunidad de decirme la verdad y él no lo hacía, me decepcionaba más.

—Bien —mascullé, continuando con lo que estaba haciendo.

—Emma…

—Necesito que te vayas —exigí de manera brusca—. Tengo que concentrarme en esto y no puedo si estás detrás de mí molestándome todo el tiempo.

En el momento en que esas palabras salieron de mi boca, todo se quedó en silencio y cuando me giré para encararlo pude de ver en su rostro como mis palabras lo lastimaron, pero estaba exhausta de sus mentiras y en definitiva no tenía tiempo de lidiar con él.

Él, con el dolor reflejado en todo su rostro, asintió y salió de la casa, sin decir nada más.

Una vez sola me senté y me tomé un momento para calmarme, no quería perder el control, no cuando mi mamá más me necesitaba.

Entrar al hospital y recorrer aquellos pasillos que tantas veces había visitado cuando era niña, se hacía cada vez más difícil.

El doctor nos lo advirtió, todos los pacientes con cáncer pasan por ciertas etapas y mi mamá estaba en la peor.

Estaba en la que los doctores se dan cuenta de que ningún tratamiento la podría salvar. En la que su cuerpo ya no soporta ningún químico, ni ninguna cirugía, y en la que nos dijeron que teníamos que prepararnos porque ella no iba a mejorar.

Máximo seis meses, esas fueron las palabras del doctor.

¿Cómo aceptabas que la persona más importante de tu vida solo viviría un máximo de seis meses y que además tendrías que ver cómo esa persona se iba apagando poco a poco?

Cuando llegué a la habitación, me tomó un momento obtener el valor suficiente para entrar. Sentía que cada vez que entraba se perdía un pedazo de mi corazón.

—¿Cómo te siente mamá?

Se veía pálida, había perdido mucho peso en las últimas semanas, le costaba cada vez más trabajo moverse y las convulsiones habían empeorado.

—Bien cariño, los doctores… —tosió fuerte y cubrió su boca con un pañuelo que en el centro estaba manchado con gotas de sangre—, me dan buenos medicamentos.

Mamá me lanzó una sonrisa para que me calmara al ver mi cara de terror. Me acerqué y le planté un beso en la mejilla, después me dirigí a donde estaba papá a quien también le di un beso en la mejilla.

—¿Qué tal la escuela?

—Pesada, entre las tareas y los entrenamientos me estoy volviendo un poco loca.

Me senté en la silla que se encontraba a lado de su cama. Tomé su mano y le di un ligero apretón.

—¿Ya decidiste… que quieres estudiar y en que escuela? —preguntó con dificultad.

Hice una mueca que le dio la respuesta a la pregunta.

—Aún no lo decido, pero la entrenadora tiene una amiga que es reclutadora, si llego a la final del torneo tal vez podría conseguir una beca deportiva.

—¿En serio? ¿Por qué no… me lo habías dicho?

En su cara podía ver el dolor contaste que sufría y el no poder hacer nada al respecto me estaba matando. Contuve las lágrimas que querían salir porque no quería que ella se preocupara.




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