El día en que te encuentre

Capítulo 46. Siempre seria ella (2/2)

Declan Ford

Una vez que terminó la ceremonia, todos nos trasladamos al enorme y costoso salón en donde se celebraría la boda. En cuanto lo vi supe quien lo había escogido, si hubiera sido Ian, él hubiera escogido algo más discreto.

El lugar al igual que la iglesia estaba repleto y en algún punto de la fiesta perdí a Greg. Lo más seguro era que ya estuviera involucrado en algún problema. Un problema llamado dama de honor.

Por un buen rato me quedé sentado en la mesa que me asignaron, para mi fortuna o mi tortura —no sabía cuál exactamente—, tenía una increíble vista de la entrada, por lo que no me fue difícil esperar a que ella llegara.

Esperé un buen rato, pero pasando una hora ni Sophie ni Emma se habían presentado.

Lo cierto es que no sabía si quería hablar con ella o no, después de todo no terminamos del todo bien, tal vez ella tampoco quería hablar conmigo, pero siendo sincero solo quería verla y comprobar que no estaba alucinando.

Quería comprobar que había regresado. Aun cuando ella parecía tener a alguien a su lado.

El ver hacia la entrada sin que llegase me empezó a desesperar, por lo cual terminé saliendo a fumar. Era un vicioso que dudaba poder dejar, era lo único que me tranquilizaba en momentos como ese.

Apenas y le había dado dos caladas a mi cigarro cuando vi llegar un coche azul, en el cual estaba Sophie. Una vez que se estacionó pensé que bajaría de inmediato, pero no fue así, ella se quedó unos segundos en el coche antes de decidirse a bajar. Fue como si estuviera analizando si era buena idea o no entrar a ese salón.

En cuanto me vio parado en la entrada, sosteniendo mi cigarro, esbozó una sonrisa tan grande que me fue imposible no sonreír también. Apagué mi cigarro y caminé hacia ella.

—Creí que solo fumabas cuando estabas nervioso —dijo en un tono divertido.

¿Nervioso? Claro que no.

—Me alegra verte —contesté evadiendo su insinuación y dándole un abrazo—. Te ves hermosa.

—A mí también me alegra verte, fueron muchos años.

Asentí con la cabeza y le terminé ofreciendo mi mano para que los dos entráramos al salón. La mayoría estaba en la pista bailando y nosotros pudimos acompañarlos, pero creo que los dos preferimos recurrir al único lugar que nos podría dar un poco de tranquilidad en medio de nuestro nerviosismo.

—Siendo sincero, no esperaba encontrarte aquí —solté una vez que estuvimos en la barra de cocteles—. Creí que ustedes dos no hablaban.

Ella inhaló fuerte y se encogió de hombros.

—No, no hablamos. Es una larga historia en realidad. No soy invitada por parte del novio, en realidad fui invitada por parte de la novia.

Me sorprendió mucho escuchar eso y miles de dudas llegaron a mi cabeza, sin embargo, por el tono que utilizó al decirlo entendí que no quería hablar del tema.

—Aun así, me alegra verte aquí. Siempre me pregunté que había sido de ti.

—Bueno, en resumen, soy abogada —explicó tomando un sorbo de su bebida—. Vivo en New York y trabajo para uno de los mejores despachos de la ciudad.

—Como toda una mujer exitosa.

—No puedo negarlo —dijo con modestia—. ¿Qué hay de ti?

—Cuando termine la universidad, trabaje un tiempo allá, solo que extrañaba mucho a todos. Extrañaba mi hogar, por eso decidí volver. Llevo poco de regreso y aún no me establezco en ningún lugar en concreto, aunque si tengo varias propuestas de trabajo.

—Suena que eres importante —expresó de manera risueña.

—Digamos que soy bueno en lo que hago.

—Te creo. Siempre tuviste un buen ojo para ver el mejor lado de las personas y eso se reflejaba en tus fotos —Sophie tomó otro trago de su bebida y recargó su espalda en la barra viendo hacia la pista de baile donde Ian y Abigail bailaban.

En esa ocasión no se molestó en disimular que los estaba observando como minutos atrás lo hizo. Aunque no era la única. Ian de vez en cuando hacia lo mismo que ella, solo que cuando Sophie lo miraba, él no lo hacía y cuando Sophie no lo hacía, él la miraba.

—¿Aún lo quieres? —mi pregunta no la tomó por sorpresa en nada.

—Eso no importa, creo que nunca le hubiera podido dar esto —contestó señalando todo el lugar—. Además, míralo, se ve muy feliz. Tal vez yo no le hubiera podido dar ese tipo de felicidad.

Su rostro se mostró afectado al contestar, aun cuando lo trató de disimular, pude notar cierto ápice de dolor en cada palabra, por lo cual preferí quedarme callado. Lo que menos quería era que ella se sintiera incómoda. 

—¿Ya me vas a preguntar lo que de verdad quieres saber? —preguntó cambiando de tema y riendo.

—No sé de qué hablas.

—Claro. Entonces fueron alucinaciones mías el hecho de que no pudieras despegar la vista de ella desde que entro a la iglesia.

Negué con la cabeza y sonreí al notar lo fácil que le resultó cambiarme las cosas.  Con razón era abogada.




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