El día en que te encuentre

Capítulo 49. Hasta Marte

Declan Ford

—¿Por qué no podemos pasar el día en mi departamento? —pregunté e hice que los dos dejáramos de caminar.

Estábamos a unos cuantos pasos de esa tortura que la gente llama reunión familiar.

La acerqué a mí y la envolví con mis brazos, mi cara fue directo a su cuello con tal de dejar pequeños besos sobre él. Disfrutaba hacer eso y más disfrutaba el efecto que causaba en ella.

Emma puso sus manos en mi pecho e hizo que retrocediera un poco. Fruncí el ceño, pero después sonreí. No me alejó porque no le gustaran mis caricias, me alejó porque sabía que si seguía tal vez la podía convencer de regresar a mi departamento. Era chistoso, pero ese tipo de caricias la dejaban en blanco.

En su momento me alegró saberlo, sobre todo porque eran tácticas que usaría cuando se enojara conmigo.

—Porque aceptamos comer con tu familia.

—Tú aceptaste —le recriminé y aun cuando ella trató de volver a caminar, volví a colocar mi cabeza en su cuello. Emma se estremeció—. Yo quería pasar el día en el departamento, haciendo las cosas divertidas que hicimos el otro día.

Coloqué mis manos en su cadera y la pegué aún más a mí. Mis manos no tardaron en colarse a su blusa, lo que me permitió sentir el calor de su piel y como esta se erizaba. Pasé la punta de mi nariz por su mandíbula y su cuello para disfrutar de su olor. 

—¿Quién demonios eres? —preguntó con voz afectada y divertida, pero no se alejó ni detuvo mis caricias.

—Solo soy alguien —dejé un beso en su piel—, que ya probó ciertas cosas de ti y esas cosas me gustaron, mucho y quiero más.

—¡Declan! —se separó y me miró anonadada por las palabras que acababan de salir de mi boca. Sus mejillas tomaron un bonito color rojo—. No puedo creer que dijeras eso.

—Me refería a tus besos Emma —la miré indignado—. No a lo que tu mente sucia está pensando.

Su boca se abrió tanto, que no pude controlar la risa.

—Deja de joderme.

—No te estoy jodiendo —me excusé y empecé a caminar hacia la puerta de la casa—. Aún.

—¡Declan!

Antes de que pudiera golpearme toqué el timbre. Por suerte mi mamá no tardó mucho en abrir la puerta.

—¡Emma! —exclamó, feliz y la abrazó, casi dejándola sin aire—. Me alegra que llegaran —cuando se separaron, mamá la examinó detenidamente—. ¿Por qué estás tan roja, cariño?

La pregunta me hizo sonreír. Quería escuchar que respuesta le daba.

—Solo tengo un poco de calor —dijo un poco apenada y luego me miró de mala manera, a lo que yo le respondí con una sonrisa burlona.

—Pasen. La comida ya casi está lista.

Emma se adentró a la casa y de inmediato Jana se la llevó al patio, dejándome solo con mi madre. Ella parecía perdida en sus pensamientos, solo observó por donde se había ido Emma.

—Estoy bien, gracias por preguntar mamá —solté con sarcasmo y cruzándome de brazos para llamar su atención.

Ni un hola me dijo. Solo la saludó a ella y se supone que su hijo era yo. Si no fuera porque conocía el efecto que causaba Emma en las personas, me habría ofendido.

—¿Ustedes ya son pareja? —inquirió en voz baja como si fuera un secreto, ignorando lo que acababa de decir.

—¿Por qué?

—Porque los vi muy cariñosos hace unos minutos —señaló la puerta—. Nunca te había visto de esa manera con ella, ni con ninguna otra chica. Se veían muy lindos y con mucha más confianza.

—¡¿Estabas espiando por la ventana?!

—Puede ser —contestó y me sonrió como un angelito. 

—¡Mamá!

—No has respondido mi pregunta —insistió—. ¿Ya son pareja?

—Aún no, bueno… no oficialmente —le expliqué, pensando en el mes que habíamos pasado juntos—. Estamos juntos, creo, pero aún no definimos nuestra relación.

Definitivamente, ya no éramos amigos. De hecho, nunca hubiera podido volver a ser solo su amigo después de besarla, pero aún no nos podíamos llamar pareja. Ninguno había hablado del tema.

Iba a agregar algo para explicarle, pero lo siguiente que sentí fue golpe en mi nuca. Uno fuerte que casi reinició todo el sistema.

—¡Auch! —exclamé, sorprendido—. ¿Qué demonios…?

—¿Acaso eres tonto? —me preguntó, cabreada. Muy cabreada, hasta roja se puso.

—¿No? —dudé un poco e incliné mi cabeza. La respuesta sonaba a que era la correcta, pero por la forma en que mi madre me vio me hizo dudar.

—¡¿La vas a dejar escapar otra vez?! —enfatizó las últimas dos palabras—. La vida no te da muchas oportunidades y a ti te ha dado dos. ¿No te das cuenta de la suerte que tuviste de volver a verla?

—Mamá…

Volví a sentir un golpe en mi nuca, solo que esta vez mucho más fuerte que el anterior. Si seguía golpeándome de esa manera, no solo iba a reiniciar el sistema, sino que lo iba a dañar de por vida.




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