HORI.
Sábado. 4:45 pm.
Siempre he pensado que tener un encuentro íntimo con alguien es mucho mejor en las noches. Las calles son menos frecuentadas, la gente está más cansada y apenas presta atención a los demás a su alrededor. El clima es reconfortante y, por alguna extraña razón, el ambiente se torna mucho más intenso. Me da la sensación de que todo es aún más privado. Pero últimamente, tener ese tipo de "encuentros" con un sujeto al que conociste a través de una aplicación se ha vuelto peligroso. Así que salir a encontrarte con un desconocido durante la noche no es la opción más atractiva. Sobre todo si, como yo, eres un chico de 22 años, que apenas alcanza los 168 cm de altura y que los únicos músculos que tiene desarrollados son los de los dedos a causa de noches intensas jugando videojuegos.
Así que ese día. El día en que el virus se propagó, me encontraba de camino hacia el hotel "Cerezas". Un lugar demasiado luminoso para ser discreto. Aunque en ese momento las luces neón aún se encontraban apagadas, a excepción de la del gran letrero en la entrada, donde sobresalía el nombre del negocio y dos enormes cerezas, cuyos tallos formaban un corazón.
Estaba por abrir la puerta cuando el tono de llamada de mi celular hizo que me sobresaltara.
Me sentía nervioso. Aunque ya había tenido un par de encuentros de ese estilo, esa era la segunda vez que me veía con alguien a quien había conocido a través de internet. Por lo que no solo me asustaba el hecho de que podría tratarse de una persona totalmente diferente a la que yo esperaba, y que terminara por hacerme daño, sino que también me daba miedo que, al final, yo no le agradara del todo y me mirara decepcionado.
—Hola, Reno —contesté en cuanto leí el nombre de mi mejor amiga en la pantalla del teléfono—. Justo a tiempo, estaba por entrar.
Le había dicho la hora y el lugar al que iría, como medida de precaución. Por si necesitaba que alguien corriera a mi apoyo. Ella era la única persona en la que podía confiar para algo así. En la que podía confiar para algo en general.
Reno y yo nos conocíamos desde que tenía 5 años. Su madre y la mía trabajaban en la misma escuela secundaria, y vivían a un par de casas de la nuestra. Por lo que constantemente solíamos visitarnos.
Al principio solo parecía que seríamos amigos durante nuestra niñez, pero una vez que nos volvimos adolescentes, surgieron cosas que nos hicieron demasiado unidos, como que ella me apoyara al declararme gay o el hecho de que yo fuera la primera persona a quien le dijera que quería iniciar con su proceso de transición.
Reno era de alguna forma como mi alma gemela, por lo que no había secretos entre nosotros.
—Llegaste 10 minutos antes, qué puntual —se burló. —Deberías pedir ya una habitación o podrían agotarse —sugirió algo desconcentrada. Parecía estar mirando televisión, pues se escuchaba ruido y voces a través del altavoz.
—Tienes razón, pero él aún no llega —dije, mirando el lugar de recepción y a la chica pelirroja, que sonreía en mi dirección, y esperaba a que me acercara para poder atenderme.
—Bueno, aún es temprano —volvió a decir y comenzó a susurrar—. No, George, no metas la mano ahí...
—¿Estás viendo IT? —pregunté con gracia.
—Era eso, un reality show, o una docena de canales porno. La verdad, creo que me da menos miedo ver cómo un payaso atemoriza a un grupo de adolescentes que todo lo demás.
—¿Canales porno? —pregunté intrigado, sin poder evitar fruncir el ceño. —Dame un segundo —pedí mientras me acercaba a la recepcionista. —Buenas tardes, disculpe, necesito una habitación, pero estoy esperando a alguien; no sé si le molesta que aguarde aquí unos minutos —dije y la chica me sonrió con nerviosismo.
—Supongo que no hay problema. Puede esperar en uno de los sillones —señaló la hilera de muebles con estampado de flor de cerezo que estaban del lado derecho del lugar.
—Gracias. —Le sonreí y fui a sentarme. —Solo faltan 3 minutos. —¿Crees que me reconozca cuando me vea? —cuestioné, regresando mi concentración a la llamada.
—No creo que haya muchos chicos en recepción con el cabello teñido de plateado, ¿o sí? —preguntó Reno y antes de que pudiera contestar continuó hablando—. Y mucho menos que usen una playera de basquetbol, aunque ni siquiera les guste ese deporte o lo practiquen. —¿Por qué la sigues usando? —dijo con curiosidad y bajé la mirada hacia la prenda blanca con números y letras verdes.
—No lo sé, me da estilo —respondí un tanto incómodo y ella pareció entender que quería cambiar de tema.
—Pide la 29, es la única libre en la segunda planta —dijo refiriéndose a las habitaciones y de inmediato fruncí el ceño.
—¿Cómo sabes eso? —pregunté, temiendo la respuesta.
—Porque yo estoy en la 30 —respondió con simplicidad, y cerré los ojos.
—Reno...
—Tú me pediste que estuviera alerta por si algo salía mal con tu cita. ¿Qué mejor que estar justo en la habitación de al lado para llegar más rápido a auxiliarte?—se justificó y casi podría jurar que guiñó uno de sus ojos.
—Sí, pero no me refería a que vinieras hasta aquí. ¿Cómo se supone que pueda estar tranquilo, sabiendo que tú vas a escucharme hacer lo que ya sabes? —cuestioné indignado.
—Hori, te escucho quejarte todos los días, no creo que sea muy diferente —se burló.
—Claro que será diferente —me esforcé por no gritar—. Son situaciones totalmente diferentes, así que ahora vete —pedí, mientras me paraba del sillón y me dirigía de nuevo hacia la recepcionista.
—Pero ya pagué mi habitación —se quejó.
—Ahora entiendo lo de los canales para adultos —respondí con enojo y, antes de que Reno pudiera contestar, alejé el teléfono de mi oreja para hablar con la chica de cabello rojo—. Oye, sabes, la persona con la que tenía que verme acaba de decirme que ya está aquí, así que esperaba que me dejaras pasar.