El día que lo conocí

UNA LUZ BRILLANTE

Estábamos acostumbrados a escondernos así, como ya había dicho, desde que tengo memoria mi madre nos enseñó a no hablar con extraños y a usar nuestros nombres falsos si debíamos presentarnos. Es que no era la primera vez que nos debíamos esconder de alguien.

No conocíamos a nuestro padre, ni él sabía que existíamos. Mi madre logró ocultarnos cambiándonos de ciudad y cortando relación con todos sus conocidos. Mis abuelos no se opusieron a eso, incluso les benefició, por lo que la ayudaron a ocultarse de mi padre. Era muy pequeña como para saber de relaciones, por lo que nunca entendí la razón de esas medidas tan extremas para alejarnos de él. No nos hablaba de él, la primera vez que lo hizo fue el día que madre nos confesó de su enfermedad. Que mi abuela nos separara de ella no era el único miedo que asaltó a mi madre, también pensó en que un día podía morir y dejarnos solos. Abdel la consoló como pudo.

—Vamos a estar bien. Tú vas a ponerte mejor y nuestro padre nos puede cuidar —dijo quizá sin pensarlo o diciendo lo que inconscientemente pensaba, pero se ocultaba a sí mismo.

Eso hizo que nos pusiéramos en camino y nos fuéramos a vivir a Italia; ese día nos mostró un par de fotos que conservaba de él, grabándonos en el corazón tierno, el deseo de encontrarlo. Después de ocultarnos tanto, mi madre le perdió la pista a él, de quien solo sabíamos que se había mudado a ese país. Él era arquitecto y mi madre que trabajaba desde casa buscaba cómo contactarlo investigando edificios nuevos y remodelaciones, pero solo logró confirmar que aún vivía en Italia.

—¿A dónde iremos, madre? —pregunté cuando nos detuvimos a desayunar al día siguiente.

Abdel, que me abrazaba, haciéndome difícil comer, me soltó de repente, expectante.

—Creo que en Nápoles no vamos a llamar mucho la atención, ¿no creen? —Nos dedicó una sonrisa cariñosa.

Ambos se la devolvimos, embargados por el entusiasmo infantil de conocer lugares nuevos. Mi hermano le había arrancado a mi madre la promesa de que en vacaciones iríamos a conocer otros lugares de Italia. Desde que llegamos al país solo habíamos estado en Roma y a los dos nos hacía ilusión conocer. Vaya que tuvo que cumplir esa promesa; aunque nuestras circunstancias eran distintas, a nuestra madre nunca se le olvidó que éramos solo niños, por lo que se aseguró que disfrutáramos el viaje.

Madre sabía de un barrio latino en Nápoles, cuando llegamos no se nos dificultó encontrarlo. Allí, una puertorriqueña, ya entrada en años, nos dio un espacio para el estacionarnos en su pequeño edificio de apartamentos. Mi madre cocinaba en el camper; Francisca, la dueña del edifico, nos daba agua potable y nos dejaba usar su baño. No se nos dificultó adaptarnos, la gente nos tomó confianza tan rápido, que me dio pena presentarnos con nombres falsos.

Abdel y yo fuimos bastante felices allí, mi madre nos dejaba jugar con los niños y se nos hacía más familiar porque muchos hablaban español también       

Abdel y yo fuimos bastante felices allí, mi madre nos dejaba jugar con los niños y se nos hacía más familiar porque muchos hablaban español también. Solíamos jugar a la pelota en el malecón, me encantaba la vista del Vesubio desde allí. A veces salíamos de compras con mi madre y otras simplemente a comer pizza o caminar.

Nos hubiéramos acomodado fácilmente a la vida allí, necesitamos otro empujón para volver a movernos. Esta vez no tan violento, pero sí que nos dio fuerza.

Una tarde salimos a caminar y a hacer compras, cerca de la estación Napoli Centrale. Cuando terminamos de hacer las compras, mi madre nos llevó a un puesto de helado casero, la señora que nos atendió, calculé, tenía la misma edad que Francisca, se le notaba algo despistada y además un poco sorda. Que no se apresurara con mi helado me molestó, siempre fui impaciente; en cambio a Abdel le divertía.

Mi mellizo, más familiarizado a socializar, en poco tiempo ya estaba entablando una conversación con la señora de los helados. Yo, que me sentía irritada, me quedé con mi madre, que junto con mi helado de manzana me quitaban un poco el disgusto que había sentido por haberme hecho esperar.



#37404 en Novela romántica
#24383 en Otros
#3288 en Aventura

En el texto hay: italia, mellizos, amordefamilia

Editado: 25.08.2019

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.